48 CANDELAS

Esta colección de relatos tiene un tronco común:

El diario que un farero inició con fecha uno de enero de mil setecientos noventa y seis y dejó de escribir al cabo de cuatro días. Edgar Allan Poe creó este personaje. O, tal vez, visualizó esas páginas en otra realidad y las materializó para nosotros.

¿Por qué las anotaciones en su diario terminaron de una forma tan inesperada?

(VER CUENTO DE E. A. POE)

Más de cuarenta narradores, en respuesta a la propuesta del escritor asturiano Fernando Menéndez, se han unido para conseguir la hazaña de multiplicar faros y torreros, creando un caleidoscopio de soluciones con olor a salitre, salpicadas por las olas, hechizantes y misteriosas.

Aquí están sus textos, sincero homenaje a Edgar Allan Poe y a la labor de todas aquellas personas que han diseñado, construido y mantenido los faros para que su luminaria sea, desde hace siglos, guía en la oscuridad y su sonido, la voz del hombre en medio del vasto mar.

Los cuentos están ordenados según su número de palabras para dibujar un faro: liviano arriba, sólido en su base.

El título hace referencia a la unidad de medida de la intensidad de los faros, la candela. Cuarenta y ocho- número simbólico por excelencia- enumera el total de los relatos: Un original pastiche y los 47 relatos que forman la colección.

Esperamos que esta obra sea de su agrado.


Mar Cueto Aller

4 de enero- Hoy, por primera vez, he sentido añoranza del contacto humano. Me hubiese gustado disponer, aunque sólo fuese para conversar insulsamente, de mi ayuda de cámara Cynthia. Lástima que ella, aunque accedía a acompañarme en esta nueva aventura, se echaba a llorar cada vez que hablábamos de los preparativos. Creo que, en el fondo, ha sido una suerte prescindir de su compañía. Nunca supo apreciar la naturaleza y su única fuente de interés eran las intrigas palaciegas; cosas que yo detesto. Tampoco hubiese sido un acierto contar con Evie, la cocinera, pese a ser una de las pocas mujeres que no amenazaron con tirarse desde lo alto de la torre, si se insistía en que viniesen a colaborar conmigo. Sólo el aborrecible de Orndoff se ofreció voluntario, con su inseparable criado, para atender conmigo las tareas fareras. Para mi salvación, De Grät, que había asistido a mis gritos en una de las ocasiones en que el muy despreciable intentó abusar de mí, apoyó mi teoría: “Si un anciano enfermo pudo hacer el trabajo, en solitario durante décadas, no había razón para suponer que una mujer que todavía se encontraba en plenitud no pudiese también realizarlo”. Afortunadamente, cuando me estaba rindiendo al desánimo, apareció Neptuno lamiéndome la mano y ladrando en dirección a la puerta para indicarme que un paseo nos animaría. Tenía toda la razón, la brisa marina nos llenó de energía al instante, y corrí de nuevo hasta el faro en busca de mi libreta, el bloc de dibujo y los lápices de colores. Durante horas sentí una fiebre artística que me impulsó a dibujar bocetos sin parar. No podía parar. Casi terminé el cuaderno entero. Luego, empecé a escribir poesías sin apenas reparar en las frases que me venían a la mente. Todo, me parecía hermoso, todo, digno de ser preservado. Quizás mañana lo vea de otro modo.

- No he perdido ni una chispa del ardor creativo que ayer se despertó en mí. Debe ser que la mar me invade contagiándome su fuerza, o la luz del faro que me irradia su potencia. Jamás había sido tan activa. En sólo dos días he terminado con la provisión de material de dibujo. También he llenado la libreta de poemas. Sólo me queda este diario y el tintero. Debo dosificarlo lo mejor que pueda. Pero, no estoy triste, ni pienso enviar las palomas mensajeras en busca de suministros. He pensado que puedo grabar con la navaja los poemas en las rocas. Y hacer figuras en la arena de bellas formas marinas, o seres mitológicos.

6 de enero- Ha sido magnífica la idea de las figuras. Pero, me apena ver cómo la mar se las lleva, pues algunas son tan lindas que parecen poseer vida propia. Se me ocurrió mezclar la arena con el aceite de las lámparas para ver si lograba hacerlas más duraderas. Ha sido un fracaso. Aun así, no me he desanimado y mañana intentaré mezclar la tierra de los acantilados con la pez que hay en el barril del barco que naufragó con material para la fabricación de odres.

7 de enero- Ha ocurrido algo horrible. Mientras me encontraba en la base del faro preparando la amalgama de tierra y pez para hacer nuevas y resistentes figuras, oí la odiosa voz de Orndoff. Me refugié rápidamente dentro del faro y me negué a abrir la puerta. Intentó abrirla forcejeando, ayudado de sus secuaces, pero fue incapaz. La sólida puerta de hierro forjado es inexpugnable. A pesar del pánico que se apoderó de mí, hubo momentos en que no pude reprimir una sonora carcajada, que le hizo refrenar la sarta de blasfemias que salían a borbotones de su boca. Quizás porque estaba muy nerviosa, o porque su comportamiento me parecía ridículo, encontraba algo cómico en el hecho de que su bellaquería se viese truncada por una humilde mujer. No comprenderé nunca el motivo de que se haya obsesionado de tal forma conmigo, él que acostumbra a comprar o engañar a cuantas mujeres hermosas se cruzan en su camino, mucho más jóvenes y bellas que yo. No acierto a comprender: ¿Cuál ha sido mi error? ¿Qué pude haber hecho para desatar una pasión tan aborrecible y desatinada?
No me atreví a salir del faro en todo el día. Ya no se oía ningún vestigio de que nadie merodeara en los alrededores. Pero, para no tentar a la suerte, permanecía en silencio guarecida en la circular edificación. Neptuno me hacía silenciosa compañía. Había dejado de ladrar justo en el momento en que presintió que ya no corríamos ningún peligro. Me entretuve haciendo figurillas y sólo paraba para comer o dormir cuando me fallaban las fuerzas. Llegué a perder la noción del tiempo.

25 de enero- No supe con exactitud en qué día me encontraba, hasta que la roja y puntual mancha que acude a mí cada veintiocho días hizo su aparición. He terminado con la pez y con la serie de figuritas que me había propuesto realizar. Una por cada escalón del faro. Sé que todas son diferentes, pero no sabría decir la cantidad. En cuanto llegué al medio centenar, empecé a perder la cuenta. Ahora me entretendré grabando poemas en las rocas o creándolos mentalmente aquí adentro.

2 de febrero- Tras el temporal que sacudió la costa, los anteriores días, una fuerte calima invadió el espacio. Después, sucedió algo increíble y maravilloso. Un pequeño bote salvavidas bastante desvencijado llegó a la playa. El único tripulante que portaba se encontraba desmayado y sin fuerzas cuando lo divisé en la playa. Al principio no encontré nada interesante en él, salvo la oportunidad de realizar una buena obra. Según fue satisfaciendo su sed y alimentándose de galletas su expresión se fue tornando más armoniosa e inteligente. Su voz, en principio me pareció ronca y desarticulada, pero, como pude comprobar más tarde, era muy suave y agradable. Durante una semana vivimos un idílico romance. Me hizo recordar lo agradable que es sentirse amada por la persona que uno desea. Algo que no pensaba que pudiese revivir desde que Orndoff se batió en duelo y sobornó a los últimos pretendientes que me quedaban. Tenemos tantas cosas en común que creo que nunca me cansaría de estar a su lado. He tratado por todos los medios de cautivar su interés y creo que lo he conseguido sobradamente. Entre nosotros no ha habido ninguna clase de reservas. Le he enseñado todos mis dibujos y poemas. Él, además de escucharlos, me ha recitado en mi idioma y en el suyo los más bellos que haya escuchado jamás. Hasta ha tenido la encantadora ocurrencia de improvisar algunos para mí. Apenas le escuché ya sentí unas casi irreprimibles ganas de besarle. Cuando terminó de recitar, ninguno de los dos pudo evitar que nos uniéramos apasionadamente. Desgraciadamente, tiene que ir a Londres a solucionar los asuntos que le trajeron hasta aquí. Pero, ha prometido que en cuanto lo tenga todo arreglado regresará junto a mí y ya no volveremos a separarnos jamás.

5 de marzo- Hace dos días que se ha vuelto a desatar un temporal. Aún no ha regresado Pierre y temo que algo desagradable pueda sucederle. Espero que sepa evitar a Orndoff. Me aterra pensar que pueda enterarse de lo nuestro y trate de asesinarle, sé que a este hombre no podría sobornarlo como hizo con algunos de los despreciables que conocí en el pasado. Pero, estoy segura de que lo mataría o lo mandaría matar si se enterase de que estoy enamorada de él. He dejado de escribir poemas, me siento incapaz de hacer nada que no sea mirar desde lo alto de la torre. Hasta que no regrese junto a mí, no tendré fuerzas para hacer nada. Hasta Neptuno le echa en falta, le veo más desganado, y sólo se anima cuando acaricio su pelaje.

15 de marzo- Ha llegado la calma, pero en mi mente sigue habiendo turbulencias. Me temo lo peor. Algo malo ha tenido que suceder cuando Pierre no ha regresado. Me juró que sólo aceptaría el puesto de perfumista real si le permitían elaborar en el faro sus fragancias. He enviado dos palomas mensajeras a la corte, pero no he recibido contestación. El insoportable de Orndoff ha debido de interferirlas antes de que llegasen a De Grät; otra cosa no se explica. Estoy desesperada. Me entran ganas de abandonar el faro e ir a la ciudad en busca de Pierre. No sé cuánto podré seguir esperando.

27 de marzo- ¡Al fin! Diviso a lo lejos una embarcación. Ya no puedo más. Voy a bajar y salir a su encuentro. Espero y deseo con todas mis fuerzas que se trate de Pierre. Si se tratase de Orndoff, sólo tengo a Neptuno para defenderme, lucharemos con todas nuestras fuerzas hasta sucumbir.
Ver biografía del autor

Mara (Mª del Carmen Salgado Romera)

 EL FARO DE LA LIBERTAD

4 enero- No nos fue difícil engañarles, ¿verdad hermano? Llevábamos meses preparándolo todo, casi sin necesidad de hablar. Yo sentía tu amor por ella. Tú, mi amor por la libertad. Cuando crecimos juntos en el vientre de nuestra madre, Dios al modelar nuestro sexo confundió nuestros cuerpos. Yo debí nacer hombre y tú mujer. O los dos hombres, pero tú no tan sensible, tan frágil. A tu lado cualquier mujer, nuestra madre, tu amada, mis amantes, parecían bastas, poco delineadas, embrutecidas por la vida, asfixiadas por su olor a cosmético, a mentira, a fraude. Tú, sin embargo, eres un ángel puro que no puede percibir más que bondad. Hasta donde no la hay. Recuerdo, hermano, las burlas de Orndoff; cómo le hablaba de ti a nuestro padre, despreciándote, diciendo que yo era más hombre que tú. Riéndose de tu larga melena recogida en coleta, comparando esa cola con la de un caballo español deseoso de ser montado por un hombre. Y mientras, yo escondida tras los cortinajes, apenas con quince años y con el odio penetrando en mi mente, con el odio asomándose a mis puños, deseando saber empuñar una espada y acabar con ese destructor. Porque destruyó a nuestra familia. Sembró en nuestro padre el sentimiento de culpa por haber concebido unos hijos tan extraños. Y sembró en nuestra madre la semilla de un bastardo. Pero eso sólo lo sabemos tú y yo, y con nosotros morirá el secreto de nuestra madre, que vivió apresada en un castillo que era, a la vez, su hogar y su tumba: rodeada de lujos aparentes y miseria escondida; de aromas de flores en los jarrones y de sangre en la arena de los sótanos que ambos, aterrados, recorrimos cogidos de la mano, pálidos como las noches sin luna; iluminada por arañas cuyos destellos rutilaban en los carbúnculos que tintineaban en las lechosas muñecas de sus amigas, mientras en la calle los perros y las personas se disputaban los despojos de nuestros banquetes. Ese castillo fue su hogar y su tumba. Pero ni ha sido nuestro cobijo, ni volveremos a él nunca. Ni tan siquiera para despedir a nuestro padre, cuando De Grät anuncie a los cuatro vientos que se acabó su mísera vida. Ni siquiera para contradecir al obispo cuando diga que fue un bienhechor de la ciudad, amante esposo y padre, amigo de sus amigos y respetado por sus enemigos. Ni siquiera. Porque a los que asistan a su funeral no les interesa escuchar que fue tramposo, egoísta, necio y sordo a la justicia. Avaro para los lujos y los placeres. Como ellos. Y a los que no asistan no hará falta decirles nada, porque ya lo saben. Por eso nos han ayudado.
Tampoco volveremos a recoger nuestra herencia, que ni tú ni yo queremos el oro contaminado por manos sucias y poderosas, ese oro que quilate a quilate han sacado de las costillas del pueblo.
Hermano… si por algo siento pena es por habernos separado. Sé que no nos veremos más. Tú, a estas horas, ya estarás con tu protectora amada. Para mí, este faro es mi refugio, frío, húmedo, maloliente; solitario como la flauta de un fauno perdida en lo más profundo de un bosque mágico. Porque la magia nos ha ayudado. Dime si no hubo magia cuando caí del caballo, al lado de aquella mujer con el fardo lleno de piñas, me torcí el tobillo y ella se arrodilló junto a mí, sin inmutarse mientras nuestros acompañantes la vituperaban y daban puntapiés a su saco; ella me hincaba sus pulgares entre la carne y el hueso, moviéndolos hacia arriba y hacia abajo, musitando aquellos rezos que ahora también tú y yo rezamos. Dime si no hubo magia cuando, en pago, yo quise llevarle un regalo y ella extrajo del bolso de su mandil un puñado de huesecillos, los desparramó sobre la mesa de su choza y presagió: “De aire sois y, al esconder vuestra identidad, uno al agua vencerá y el otro con el fuego creará un nuevo ser que recuperará vuestras tierras”.
Ese será vuestro hijo, hermano. El que arrebatará a nuestro hermanastro las posesiones que ni tú ni yo queremos. O será el que borre el odio, o queme el monte y el castillo, o el que… no sé, pero será vuestro hijo, hermano. Yo seguiré aquí, hasta que descifre el libro de la mujer sin nombre. Hasta que sepa por qué fallan mis invocaciones, por qué no puedo ver a través de los posos del café y entender de qué hablan los animales. Quiero saber qué es lo que ocultan las nubes, y si las estrellas suenan. Pero sobre todo, quiero olvidar. Olvidar hasta, incluso, el momento en que decidimos delinear nuestra libertad. Pensamos que sería bueno que yo muriera. El 17 de agosto de 1795 era la fecha oportuna. Los dos iríamos con los cortesanos a la cacería. Yo era la única mujer. Montada a horcajadas sobre el caballo galopé hasta la cabaña, oyendo a mis espaldas vuestros gritos. Allí me escondió la vieja. Le pegaron. No dijo nada. Pasaron tres largos meses, me dieron por desaparecida. Organizaron mi funeral, con un féretro vacío. Mientras rezaban por mi alma, yo me reía a escondidas. “Tanto te afectó mi muerte” que pediste este destino, la soledad: ser farero en el faro más lejano, encender su fanal para iluminar el viaje de mi alma al purgatorio. ¡Qué satisfechos quedaron! Al principio, por guardar las apariencias, pusieron pegas, hasta incluso se inventaron una profecía que me contaste cuando fuiste a verme al bosque. Luego ya fijasteis fechas. Tú sólo pusiste la condición de que dos días antes del embarque, y durante el viaje, nadie debía hablarte: necesitabas silencio para concentrarte, seguías guardándome luto a mí, tu hermana gemela, tan igual a ti que sólo por la ropa y por la voz nos distinguían, que bebió el inicio de su vida contigo en la misma copa durante veintisiete lunas. Hasta nuestro padre lo comprendió. Y así, fue fácil intercambiarnos. Cuando llegué, inicié este diario en tu nombre, manuscrito que permanecerá en el faro. Ahora arrancaré esta hoja. O quizás, mañana siga escribiendo y separaré las hojas cuando sea necesario. En estos momentos estoy oyendo el viento silbante penetrando desde abajo en el faro. Me estremezco al pensar que estoy yo sola, sin más compañía que nuestro perro, pero… ¿sabes, hermano? he leído que aquí, muy cerca de este faro, han avistado sirenas. Ayer creí oír sus cantos.
Ver biografía del autor

Alejandro Alonso Cabrera (Jany)

4 de enero- Parece ser hoy una copia del día de ayer, ni siquiera las pocas algas parecen haber cambiado de lugar. El cielo mantiene su manto impoluto, apenas unas pocas nubes doradas al atardecer. Seguí explorando mi faro –puesto que ahora soy su poseedor-, ya que ayer aunque completé la visita, no fue un examen exhaustivo. No tiene nada, pero quise investigar casi piedra a piedra. Ayer noche desperté varias veces con la obsesión de que una ola gigante partía el faro, una estupidez, lo sé, pero me dejó una sensación de impotencia por lo que no he podido evitar hacer este recorrido. No he encontrado nada que haga que me inquiete, por lo que he de dar por zanjado este asunto.
5 de enero- Hoy he dado un pequeño paseo por los alrededores, la marea estaba baja y pude así disfrutar del entorno. A la derecha de mi Faro, hay unas cuevas horadadas por las mareas. Cuando tenga un poco de tiempo -¡cómo si no lo tuviera!- examinare algunas de ellas. Hasta hoy no me había atrevido a salir de mi fanal. Me había recluido y las horas se me pasaban en este penal. Comía cuando mi estomago así me gritaba, y la noche caía como susurrando. No se ven barcos en la distancia, en estos pocos días que llevo, habré avistado uno, el que me trajo a este paraje.
6 de enero- Hoy se me asemeja al día de ayer, parece copia.
7 de enero- El día ha trascurrido sin alteraciones que distrajeran mi lectura. He comenzado, y casi terminado, la vida y extraordinarias y portentosas aventuras de Robinson Crusoe de York, de Daniel Defoe. Ciertamente su lectura ha avivado en mí la sensación de naufrago, salvando ciertas distancias, nos asemejamos bastante. Su amena lectura me ha llevado a realizar una sola comida, momento en el cual he aprovechado para realizar la rutinaria inspección del faro. Neptuno esta a su antojo, entra, sale, pasea, y se acurruca al lado de mi catre.
8 de enero- Me he levantado apático y doy gracias al cielo que estoy solo, ya que hoy estaría insoportable. En condiciones normales, no saldría de casa ni recibiría visitas. La niebla me visita.
9 de enero- Repito los pasos y el humor. Parece haberse estancado en mí, al igual que la niebla, el día de ayer. Neptuno rehuye mi vista, ni caricias desea. Se ha pasado el día fuera, y sólo ha regresado para dormir.
10 de enero- No deseo que la locura florezca en mí, pero repito el día de ayer y el de antesdeayer.
11 de enero- No tengo nada que decir, vivo anclado en el mismo día, sin que nada cambie.
12 de enero- Igual
13 de enero- Sé que hoy es miércoles, pero parece ayer martes, o el lunes, o el domingo, o el sábado, o quizá el viernes. Tan sólo Neptuno me importuna, y lo hace sin darse cuenta, sin quererlo.
14 de enero- Las gaviotas me despertaron esta mañana, estaban alborotadas. Algo había en las rocas que las turbaba. Después de desayunar me acerqué a aquel lugar, había un pez de atrapado en las rocas y todas parecían querer disfrutar de aquel festín. No pude distinguir que pez era, por lo que descendí entre las rocas. ¡Maldita la hora en que lo hice! Resbalé y caí al mar. Los ladridos de Neptuno aún me agitaron más. Intenté llegar a las rocas pero la mar me tragaba, me alejaba cada vez más en cada intento. Temí por Neptuno, temí que se lanzara a la mar en mi ayuda, temí perderle a él también. Forcejeé a brazo partido, era una contienda desigual, un minúsculo ser contra el enorme mar. David y Goliat. No debía desfallecer. Los ladridos sonaban quejicosos, pero ahora un tanto lejanos. En esa lid, me debute un instante para recobrarme, para ahorrar esfuerzos. Me dejé llevar. Creyéndome la mar abatido, resurgí cual ave Fénix y por fin toqué tierra. Neptuno me llenó de lenguatones, babó toda mi cara y mis manos mientras, yo yacía desfallecido entre las rocas. Me maldije el resto del día. Hasta la noche no me di cuenta de que ya no era el miércoles, ni el martes ni ningún día anterior. Me acurruque en el catre y deje, junto a Neptuno, que pasara el día.
15 de enero- Apenas he dormido hoy. Estoy cansado y el día se me antoja melancólico. Estoy solo. Estamos solos.
16 de enero- No sé si este continuo mecer del mar me esta buscando, lo cierto es que temo abandonar este encierro y acercarme a la orilla. La soledad, mis propios pensamientos, y De Grät, están empezando a hacer mella en mí.
17 de enero- Llevo tres días sin salir de mi faro. Tampoco he hecho la revisión. De todas formas supongo que podría funcionar un tiempo sin mi ayuda. Tan solo el valiente e intrépido Neptuno campa a sus anchas en este pedrusco. Parece disfrutar de mi soledad más que yo.
18 de enero- Nada reseñable en el día de hoy –es más, creo que no quiero reseñar nada hoy-.
19 de enero- Parece que este frío invierno me esta entumeciendo. Me ha parecido sentir que todo a mi alrededor se esta entumeciendo, las gaviotas, las nubes, la niebla, el mar... De Grät me torpedea la cabeza insistentemente. Incluso Neptuno parece haberse contagiado de esta “enfermedad”. También a él le encuentro apático, abatido y triste.
20 de enero- Los ladridos de Neptuno, correteando fuera, me han despertado. Hoy luce un sol enorme. Parece que este periplo de entumecimiento por fin nos ha abandonado. Todo parece cobrar vida de nuevo. Me siento lleno de poder. He vuelto a mis habituales quehaceres, incluso he dado una vuelta alrededor de mi castillo. Él me asegura el cobijo necesario. El temor a la mar parece haber desaparecido, se ha esfumado como la espuma del mar contra las rocas.
21 de enero- He retomado la escritura de mi libro. Los acontecimientos pasados, estas experiencias, me han motivado a tomar, por fin, la pluma. El papel en blanco no es un reto. Parece que las palabras, que las ideas, surgen por si solas. Sin darme cuenta ya he garabateado más de veinte hojas.
22 de enero- Las musas siguen conmigo. Es como si no pudiera parar. Me he despertado varias veces esta noche y no he podido resistir la tentación de seguir escribiendo. Se me amontonan las ideas, las palabras, y he de darles salida... No quiero perder un segundo de esta inspiración. No debo olvidar, cuando vea a De Grät, agradecerle este inmenso placer, no hay paraíso comparable. Quizá sea esa necesidad, hasta insolente, rallando la mezquindad, de la soledad, la que me place. Dicen los hombres de mar que aquel que mora en el faro pierde cordura al cabo del tiempo. Es tan grande la soledad, tan grande el mar, con el viento arreciando, con las sacudidas de las olas, que poco a poco te va minando la razón. Pero no correré tamaño infortunio, sólo un hombre simple llega a tal puerto. Un hombre cultivado y versado en las artes jamás olvidará la razón de su ser. Tal vez también la profecía de De Grät esté equivocada.
24 23 de enero- Apenas tengo tiempo. ¿Quién me lo iba a decir? Entre el poco mantenimiento del faro y mi libro, apenas encuentro tiempo para alimentarme. Sin embargo pienso que debo ser más comedido. No debo dejar que esta inquietud se apodere de mí. Sé que tengo que tranquilizarme, tomarme el libro más relajadamente. Pero tengo miedo, sí, tengo miedo de perder mis musas, pero, por otro lado, ¿a dónde pueden ir?
24 de enero- La niebla parece estancada a nuestro alrededor, alrededor del faro y alrededor de mí. Pero no es obstáculo. Mi libro y yo tenemos un pacto. Yo, le seguiré escribiendo y él se sentirá complacido y orgulloso con las caricias de mi pluma. He dejado que las musas descansen un rato, no quiero que se sientan cercadas y traten de huir. Le he dedicado un poco de tiempo a Neptuno; estos días de atrás le he tenido un tanto olvidado. Lo cierto es que las musas y yo hemos formado un buen círculo. Ojalá que esta amistad se torne duradera. El faro, las musas, mi libro, el mar, Neptuno y yo convivimos en total armonía. Creo que unos dependemos de otros por lo que no debemos ni podemos abandonarnos.
25 de enero- Los quehaceres se me están multiplicando. Hoy mis musas querían dar un paseo por el islote. Buena parte de la mañana ha dado el sol y hemos aprovechado para salir. Meletea siempre nos tranquiliza cuando nos alborotamos un poco. Aoide es más solitaria, creo que se esta enamorando del mar. La oigo hablar entre susurros en la orilla. Sin embargo Mnemea es la más habladora, nos relata hechos acaecidos en miles de lugares, es la que más mundo ha recorrido, y es la que me proporciona las rutas a seguir con mi libro. Neptuno la mira con cierto asombro, ensimismado, como si realmente entendiera sus palabras. Tal vez las voces de las musas sean, por ser musas, entendibles por la naturaleza entera. El faro, que se me asemeja a un cetro, apenas cuenta nada, desde su inmovilidad, parece devorar todo lo que contamos, como queriendo guardarlo para sentirlo, para vivirlo.
25 de enero- Al despertar Aoide no estaba con nosotros. Me aterró la idea de que nos hubiera abandonado. Nadie sabía donde estaba. Salimos presurosos y encontramos a Aoide sentada en las rocas, cantaba un bello son a la mar. Nos sentamos tras ella para no perturbarla, incluso Neptuno permanecía callado, tranquilo. No sé las horas que pasamos allí, pero si así fuera el canto de una sirena, así hubiera perdido la razón. Comenzó de pronto a llover y contemplamos un arco iris como jamás yo había visto. Después de unos minutos corrimos a guarecernos en el castillo. No paró de llover el resto del día.
26 de enero- Hoy he revisado las provisiones, así como el aceite de la lámpara. La experiencia de los hombres que por aquí pasaron me tranquiliza en este aspecto. Pero me asalta la duda, si el país, si la <<sociedad>> se parte, entra en guerra, si mueren aquellos que saben de mí en este paraje, si el olvido eterno se cierne sobre mí, ¿Qué fin me esperaría? He de alimentar mi alma y mi espíritu para no caer en la locura. He de apartar de mí las dudas e inquietudes y arrojarlas al mar. He de decirle al mar palabras de razón y que los ecos sobre las rocas no turben mi juicio. He de... dejar de pensar en ello.
27 de enero- La tormenta, que dos días nos ha retenido en el castillo, por fin ha pasado. El cielo sigue encapotado pero, al menos, no llueve. Mi castillo no se encuentra bien. Tanta lluvia ha debilitado su cuerpo. Parece temblar cuando el viento vira y arremete contra él. Gracias a Meletea todos nuestros pesares son despejados, siempre encuentra una palabra, una razón que nos tranquiliza. No tengo palabras para De Grät. Sólo hecho de menos aquel té que preparaba Miss Collete en el casino. Tenía el punto justo de amargor y de dulzura, es una mezcla muy especial, solo comparable a la que preparaba el criado moro del General Hubert. Tomaba tres tacitas de té y el General siempre comentaba “la primera amarga como la vida, sin azúcar; la segunda, dulce como el amor; y la última, muy azucarada, suave como la muerte”.
28 de enero- Qué bien huele este aroma a mar. El día ha amanecido templado y mis pulmones quieren llenarse de este perfume. Ninguno se había percatado, pero Mnemea, que por naturaleza es muy curiosa, me ha señalado el calendario. Al principio no sabía que me quería indicar, pero al señalarme también el diario pensé que había olvidado hacer la anotación. No, no era eso, la anotación estaba hecha, pero al mirar de nuevo el calendario, me he asustado. Llevo veintinueve días en el castillo y he perdido un día. No quería releer el diario, solo he mirado las fechas, y horrorizado compruebo que he cometido un grave error. El día 23 ya tuve un conato. Casi me salto un día, pero al momento me percaté. El día 24 y 25 son correctos, pero el día 26 erré y creí estar en el día 25, desde ahí he perdido un día. Por lo tanto hoy no es 28 de enero, es 29.
30 de enero- Continúo con mi libro, con los quehaceres diarios de mantenimiento y lo alterno con alguna lectura amena y distraída. También tenemos ratos de conversación, normalmente cuando paseamos a media mañana por el islote. Neptuno se siente feliz. Jamás vi animal alguno como él, como con tan poco es tan feliz. Nuestros paseos se nos antojan enriquecedores. Aoide nos ha traído rumores del país, son solo rumores, al menos eso piensa Meletea, y mi castillo, siempre con los pies en el suelo, no cree en los rumores. La verdad no me siento afectado por ello. Me hubiera gustado saber algo de De Grät y de Orndoff.
31 de enero- Hoy hemos celebrado un pequeño banquete. No hay un motivo especial, pero según Aoide, y con razón, no hay porque tener un motivo para celebrar algo. La felicidad es más importante que cualquier acontecimiento. Y cuando se es feliz, como lo somos nosotros, cualquier momento es bueno, y el momento ha sido hoy. Hemos abierto una de las botellas de vino de Oporto, el sabor del brandy de este Oporto es más fuerte aquí que en tierra firme. Hemos bailado y cantado, aunque nada comparable con lo que hace Aoide, es realmente fantástico.
1 de febrero- Hoy me siento un poco incomodo, es el día del reaprovisionamiento y no nos apetece salir de nuestro retiro. Sé que recibiré noticias de De Grät, que llegaran provisiones y más aceite para la lámpara, y espero saber algo de esos rumores que comentaba Aoide. Pero tener que ver y hablar a Nilsen y Owen no me entusiasma demasiado, sobre todo por el malhablado de Nilsen. A Neptuno tampoco le gusta ese Nilsen, siempre lo tiene a cierta distancia. No sé que verá Neptuno en él que hace que le rehuya.
2 de febrero- El avituallamiento no ha llegado. Supongo que no es una ciencia exacta por lo que creo que no debo preocuparme. Para el siguiente viaje debo pedir que De Grät me envíe más papel, una par de plumas de repuesto y tinta. No estoy sorprendido por la animosidad que he puesto en mi libro, de hecho no todo el merito es mío, he de agradecérselo a mis musas y al castillo. Somos un buen grupo de trabajo. Tengo una carta para De Grät con las peticiones y la mayor de mis gratitudes.
3 de febrero- Nada sabemos del balandro. Castillo está empezando a ponerse nervioso, cree que no habrá luz en su futuro. Mis provisiones me mantendrán vivo todavía una o dos semanas más, no tengo preocupación al respecto. Siento que el aceite esté a punto de agotarse, no sé si Castillo lo soportará. Todos hemos arrimado el hombro, buscando alguna posible solución. Bajando la intensidad de luz quizá podemos hacer durar el aceite hasta que lleguen las provisiones. Como último recurso, podemos quemar algún mueble o alguna de las maderas que quedaron de la construcción de Castillo.
4 de febrero- A la orilla han llegado unos maderos que parecen pertenecer a algún navío, quizá sea la verga, por su tamaño, de algún barco pequeño. Un balandro tal vez, como el que me trajo aquí. No quiero creer que mi balandro haya naufragado, no puedo siquiera pensarlo. Mnemea no tiene ninguna noticia de interior, por lo que algo nos tranquiliza.
5 de febrero- No he podido escribir nada hoy. Tenemos la mirada puesta en el horizonte, que se nos muestra falto de vida, sin embargo no podemos cejar en ese empeño de seguir mirándolo. La noche cae y no hemos avistado nada. Esta nueva rutina nos está lacerando, apenas hablamos, apenas comentamos nada, ni siquiera Aoide se atreve a susurrar alguna melodía.
6 de febrero- Me sorprendió y la vez me lleno de felicidad, duró instante, he de reconocerlo, el oír la voz de Owen me satisfizo. ¡Por fin han llegado provisiones! No sé porque Neptuno no me avisó de su llegada, tal vez sea por ese “odio”, esa “enemistad” con Nilsen. Lo cierto es que no se llevan bien, mientras uno lo rehuye el otro parece querer “tenerlo”. Se cuenta que hay animales, perros y gatos, que saben cuando un ser humando ha comido alguna vez a algún congénere, y no quiero pensar que este sea el caso, pero Neptuno me hace creer en esa posibilidad. Nilsen comentó que las tormentas habían demorado su salida. No crucé más palabras con él. Llena de tizne cualquier cosa que diga. Le di la carta a Owen, sabía que así llegaría a manos de De Grät. Al verlos partir, suspiramos reconfortados. Empleé toda la mañana y parte de la tarde en colocar las provisiones. He visto, y tendré que agradecérselo, que De Grät me envíe otra caja de Oporto.
7 de febrero- Estoy cansado, ni siquiera me apetece conversar con las musas.
8 de febrero- Me he despertado y Meletea no estaba, Mnemea tampoco. Creí oír a Aoide en las rocas, tampoco estaba. Desesperado busqué por todo el islote, grite sus nombres más ninguna contestó. He llorado como si hubiera perdido al ser más querido.
9 de febrero- He saltado del catre, esperanzado de que mis musas estuvieran allí, pero ninguna hallé. Castillo tampoco sabe nada, ni cuando partieron, ni por donde. El horizonte se me parte en dos. Lloro. Ni siquiera Neptuno es consuelo en estos momentos. Lloro.
10 de febrero- Esta agonía me esta matando. El uñado cuaderno se me aleja cada vez que intento retomar la escritura. Cuando lo alcanzo las palabras parten fuera de él. No puedo escribir. Tan solo estos retazos me sostienen.
11 de febrero- No sé si tengo que hacerme a la idea de esta nueva situación, estoy como al principio, solo. No creí que llegaría a añorar la compañía. No creí que la soledad, tantas veces querida, sería ahora motivo de temor. Tengo miedo.
12 de febrero- Han pasado cuatro días ya desde la desaparición de las musas. Las evoco en mis recuerdos, las evoco en mis actos, y nada ya me place. Neptuno, siempre fue solícito, me mira desde la distancia. Me he dado cuenta de que hace días que, ni yo le doy, ni él me pide caricias. Castillo parece haberse mutado y ser simplemente roca. Desespero. No quedan lágrimas para desahogar este lamento.
13 de febrero- Rehago mi vida. Tras mirar el inmenso mar, he visto un barco, un barco que se aleja. Quizá sea simplemente eso. Las cosas vienen y luego se van, es como la vida, como las mareas, como el viento que arrecia y luego se calma.
14 de febrero- Hoy no he podido salir en todo el día. La niebla y la lluvia han surgido de pronto y no nos ha abandonado. Hemos intentado seguir con el libro. Las palabras ya no fluyen con esa facilidad y sencillez de antaño, pero, sin embargo, de mi pluma gotean.
15 de febrero- La niebla se ha disipado. La lluvia permanece, incansable, incesable. Parece querer borrar los caminos, parece querer limpiar las almas. Nada importa ya, nada, salvo mi libro. Por él, y por De Grät estoy aquí, y ese es el único objetivo.
16 de febrero- ¡Cantos! ¿Cantos? ¡Cantos! No puede ser. Aoide, es la voz de Aoide, que suena abajo, en las rocas. Aoide ha vuelto. ¡Al fin mis musas aquí! ¡Que regocijo! Neptuno bailaba y gritaba por mi pasión, entorpeciendo el paso. Temblaba de emoción, las piernas no me sujetaban, y sin embargo pude llegar a las rocas. Allí estaba, cantándole a la mar. Cantándole una canción, una triste canción, una canción de amor, una canción de despedida, una canción de adiós. Me senté a su lado, sin proferir ruido o hacer gesto alguno. Amores que no pueden ser. Al caer la noche me quedé dormido.
17 de febrero- Desperté en las rocas, arropado por un cálido viento junto a Neptuno. Había pasado la noche en las rocas. Aoide ya no estaba allí. Debió velarme toda la noche, pues ni frío ni temor turbaron mi sueño. Al llegar a Castillo, comprendí que sólo él y Neptuno son fieles, que el resto, que mis musas, van, vienen, y se vuelven a ir, que debe ser así, y que la llama de la esperanza de volver a verlas no se puede perder. Es como el faro que guía a los marinos, ellos no pueden perder la esperanza de encontrar la luz que les guié. Es una promesa de aliento. Me senté, tomé el cuaderno y escribí, sin parar, páginas y páginas, hasta que finalicé el libro, después Morfeo me tomó.
18 de febrero- Hades me ha visitado en sueños. No creó en premoniciones, no creo en santeros, no creo en brujas ni en las historias de viejas que te meten el miedo en el cuerpo, por algo soy un ilustrado reconocido. La razón es lo único que tenemos para mejorar y debemos, pues, combatir la ignorancia, la tiranía y la superstición. Sus palabras no me debilitaron, en el sueño la lid cayó de mi lado y, herido y maltrecho, huyó buscando refugio. Sin embargo sus palabras cayeron como una losa sobre mis hombros. “Cuando no hay salida, todo vuelve a empezar”.
19 de febrero- Hoy, mi primer día en el faro, hago esta anotación en mi diario, según lo acordado con De Grät. Llevaré el diario con la mayor regularidad posible, aunque Dios sabe lo que podría sucederle a alguien tan solitario como yo... Podría enfermar, o algo peor...
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Juan López Trujillo

SE CIERRA EL CIRCULO
5 de enero
Hace poco se acaba de marchar la balandra, dejándome solo en este faro, con mis parcas pertenecías.
Al fin he conseguido mi propósito. Es cierto que he debido molestar a algunas viejas amistades, mover algunos oxidados resortes y gastar algo de mis exiguos ahorros en queso y vinos de mi tierra, pero el final ha sido el apetecido.
Me encuentro solo en medio del mar. Aquí se acaba mi viaje que se inició hace ya tanto tiempo que se evapora como una niebla en los recuerdos.
Todo comenzó cuando plenos de ansias y de sueños, mi amada y yo decidimos dejar la tierra que nos vio nacer, cansados como estábamos de tristes monotonías, de únicas y cercanas metas, de días siempre iguales.
Y empezamos un nuevo caminar, mirando siempre al lugar donde el sol nace. Dejamos surcos y pámpanas, ribazos y breñas, terrones y cardenchas y salimos en busca de otras luminosidades, de otros colores, de otro mar que no fuese el rubio y picajoso mar de las espigas.
Tras no pocas vicisitudes, logramos encontrar nuestro sitio al lado de la brisa, nuestro lugar al sol, pero con la sombra fresca de una naturaleza distinta, que supo confabularse con nosotros, para darnos trabajo, hijos y alegrías.
Y en ese edén pretendido y encontrado, fue donde se cimentó el que yo siempre creí inamovible edificio de mi existencia.
Allí nacieron mis hijos y mis nietos. Allí supe lo que era la inacabable experiencia del amor. Allí supe de la felicidad.
Pero el fuerte edificio se vino estrepitosamente abajo, cuando le falló la pilastra principal sobre la que todo el ensamblaje se apoyaba. No fuimos capaces de darnos cuenta, pero toda la carga de nuestras existencias se apoyaba sobre unas espaldas que con el tiempo se fueron encorvando. Y todos seguimos a lo nuestro, sin reparar en cómo se hacían arrugas en la cara y en el alma, de la que siempre fue mi compañera.
Con la misma discreción con la que enmarcó su vida, se fue a la otra, ahíta de silencio y de perdones. Como dirían las viejas mujeronas de sayas y perenne velo negro, “se fue sin hacer un ruido”, a pesar del sonoro estropicio que provocó en mi existencia.
Los hijos, con sus vidas ya perfectamente dibujadas, y con otras distintas prioridades familiares, fueron a lo suyo. Y yo me quedé definitivamente solo. Tan solo como quedan los hombres que, para su desgracia, no han sabido lo que es el amor.
6 de enero.
Me he levantado temprano y he podido comprobar que la magia de los reyes de Oriente no llega a hasta estos enhiestos y apartados lugares.
Me he preocupado por la limpieza de las lentes de Fresnel, el depósito de carburante y vuelvo a este diario que presiento que también va a ser mi particular faro y guía.
Mi vida en aquel lugar donde fuimos felices ya no tenía sentido, Tenía que dar un paso más desde esa orilla que siempre me servía de frontera. Mi soledad necesitaba del mar, de su cadencia, de su rostro cambiante pero hipnótico.
De niño siempre soñé con vivir en un molino de viento de mi tierra, pero ya era tarde para volver, había quemado demasiadas naves.
Pero el mar también tenía sus molinos con aspas de luz, para molturar peligros en esa tremenda soledad de una llanura con racimos de espuma colgando de las cepas de las olas.
Y además tenía sobre todo 365 grados de horizonte limpio, sin barreras, sin chafarrinones de cemento, sin vocingleras multitudes no aptas para entender la belleza de su enorme soledad.
Por eso te busqué, amigo mar.
Para poder desde aquí escribir versos nuevos, y mandarlos en viejas botellas vacías de ron o valdepeñas, por todos los caminos de tus aguas y que sirenas de gracia las lleven a las costas donde languidecen de amor los enamorados.
Versos nuevos que pueda deletrear en Morse con las luces de este faro, para que lleguen a todos los lugares donde habite la pena. A todas las riberas donde el odio pueda ser el vencedor de la contienda de la vida.
Y quiero dejar escrito, que cuando un día vuelva la balandra y yo no salga a recibirla, sus hombres me hagan ceniza y depositen una parte en el mismo centro de este mar, para ver si alguna mota de mí se adhiere a una vela blanca y me lleva a conocer esos mundos con los que he soñado. Que pueda por una vez ser polizón en busca de un puerto que se llame Fantasía.
El resto que la lleve el aire, que ya sabré yo encontrar donde fertilizar una vid y donde encontrarme, en el infinito, con la mujer que siempre he querido.
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