48 CANDELAS

Esta colección de relatos tiene un tronco común:

El diario que un farero inició con fecha uno de enero de mil setecientos noventa y seis y dejó de escribir al cabo de cuatro días. Edgar Allan Poe creó este personaje. O, tal vez, visualizó esas páginas en otra realidad y las materializó para nosotros.

¿Por qué las anotaciones en su diario terminaron de una forma tan inesperada?

(VER CUENTO DE E. A. POE)

Más de cuarenta narradores, en respuesta a la propuesta del escritor asturiano Fernando Menéndez, se han unido para conseguir la hazaña de multiplicar faros y torreros, creando un caleidoscopio de soluciones con olor a salitre, salpicadas por las olas, hechizantes y misteriosas.

Aquí están sus textos, sincero homenaje a Edgar Allan Poe y a la labor de todas aquellas personas que han diseñado, construido y mantenido los faros para que su luminaria sea, desde hace siglos, guía en la oscuridad y su sonido, la voz del hombre en medio del vasto mar.

Los cuentos están ordenados según su número de palabras para dibujar un faro: liviano arriba, sólido en su base.

El título hace referencia a la unidad de medida de la intensidad de los faros, la candela. Cuarenta y ocho- número simbólico por excelencia- enumera el total de los relatos: Un original pastiche y los 47 relatos que forman la colección.

Esperamos que esta obra sea de su agrado.


Jesús Salgado Romera

Once de Enero del año de Gracia de 1796
Quise huir del mundo.  Y lo he conseguido.
Este faro será  -cuando Dios así lo quiera- mi tumba. Mientras tanto reflexiono sobre la vorágine de mi vida, libre de la mirada acusadora del género humano.
Nací el 20 de Abril de l770, en los arrabales del barrio oeste de Londres. Mi madre, Margaret “la pecosa”, era gorda, risueña, rubia y desabrida. La vida le enseñó a ser así. Era prostituta, como todas las mujeres del barrio.
Nunca conocí a mi padre. Mi madre a veces me dejaba entrever como tal a un fornido soldado que  la visitó asiduamente: “Tienes los ojos de James…”. Otras veces me habló de un alocado estudiante de cierto nivel y basta educación que se encaprichó de ella antes de su preñez.  Como tantas otras de aquel ambiente, tendía a enamorarse de la vida a través de los hombres.
 image Nunca me importó. Mi vida transcurrió alegre entre aquellas meretrices. Muchas habían tenido que dejar a sus hijos recién nacidos en el torno de las monjas de La Caridad y para ellas yo era el hijo que nunca vieron crecer…
  Madre se ocupó de que fuera instruido, pagando hasta los diez años a las monjas como externo para que me enseñaran a leer, escribir y unas pocas matemáticas. Gracias a esto escribo estas páginas.
Después empecé a ganarme el sustento como recadero: avistaba los barcos que iban a atracar al muelle, y gracias al funcionario de aduanas que tenía “un servicio pagado” sabía su mercancía antes que nadie; si eran telas, corría a las tiendas de tejidos, que cerraban para hacer caja y acudir presurosos al puerto, dándome unas monedas por poder ser los primeros en atisbar las mercancías y cerrar los tratos; si el barco venía de ultramar o del continente avisaba a otros mercaderes y abaceros, y después pasaba la voz en el barrio para que las mujeres se acicalaran, compitiendo por atraer a los mejores clientes.
En plena noche acudía a llamar al doctor Stuart, el único que venía a atender las urgencias de esta zona, o a la partera, que también se ocupaba de hacer ciertas operaciones que devolvían la regla a las mujeres.
Y con el tiempo, aprendí a hacer de corredor, pues las jóvenes que empiezan compraban gustosas y a buen precio medias, medidas de seda, pañolones y joyas que las más viejas atesoraban como báculo de su vejez y que transferían al ver menguados sus ingresos.
Muchas mañanas ayudaba cargando con las cestas de compra del mercado, y a veces me tocaba –limpiándome las botas y la gorra para estar lo más presentable posible- acudir a alguna casa de postín, donde debía dar o recibir recado.
Así fue como conocí a Beth.
Doce de Enero de 1796. Una de la noche.
   Mi ángel rubio jugaba en la parte delantera de la casa cuando un perro rabioso, salido de Dios sabe dónde, irrumpió en la calle. La gente atemorizada tiraba bultos y cestas, corriendo a refugiarse.  El perro encabritado, con la boca llena de espuma y los ojos como dos tizones amarillos, penetró por la verja entreabierta del jardín y se abalanzó sobre la niña.  A punto de alcanzarla, una piedra de buen tamaño lanzada por mi tirachinas noqueó al animal, derribándolo a dos pasos de la petrificada criatura.
El animal agonizaba apaleado por los criados, mientras  una nube de doncellas salió a rescatarla. Una con pinta de cocinera se me acercó y me dijo: “Tu nombre, dime tu nombre”.  Se lo dije, y mientras regresaban a la casa con la pequeña en volandas dijo: “Ven mañana a las cinco con tus padres. Los señores os recibirán.”
Me regalaron un traje completo, un caro diccionario y unas monedas. A mi madre le dieron un sobre con billetes, añadiendo, al saber que no tenía esposo e intuir de qué vivíamos, la promesa de algún trabajo.
Dos veces al mes pasaba por la casa, donde en la puerta de servicio me llenaban la cesta de ropa para zurcir, añadiendo alguna que otra vitualla. 
Elizabeth, Beth, cada vez más a menudo acudía al campanilleo de la puerta, llamándome “su salvador” y añadiendo ora un poco de jabón, ora papel y tinta, que yo guardaba celosamente, pues habitualmente usaba carboncillos prensados.
Con el tiempo, su admiración se trocó en algo más, los papelitos que depositaba a escondidas en la cesta contenían citas en el rincón más alejado del jardín, y nuestras conversaciones versaban sobre los relatos de ultramar, la vida de las diferentes clases sociales y sus deseos de ayudar.
Mi desconfianza se trocó en amistad, su inocencia en empatía, y juntos convergimos en una relación fluida y cómplice.
Cumplidos los l7, acudió llorosa una noche para comunicarme que nos íbamos a separar. La prometían. Su futuro esposo, que le doblaba en edad, era un próspero hombre de negocios. Poseía tierras y una mina de carbón en el norte, y allí habría de vivir.
Pensé que no le podía caer peor suerte el día en que, mientras tomaba pan con manteca y una jarra de cerveza en la cocina, escuché a los criados hablar de cómo daba castigos ejemplares a los aparceros que no podían pagar, de cómo avasallaba a las hijas núbiles, acallando a sus padres con dinero, y de cómo su primera esposa había enloquecido por los malos tratos hasta tirarse una noche de tormenta por un barranco.
Se lo conté. Mirándome a los ojos, y sabiendo el peligro que entrañaba una fuga, me dijo: “Sácame de aquí, prefiero vivir una hora libre contigo que un año esclava de este hombre. Llévame contigo, nos amamos, no pueden separarnos”.
Trece de Enero de l796.  Once de la noche.
Nos fugamos de noche. El caballo de alquiler por el sistema de postas, y el hospedaje hasta llegar a Glasgow consumió más de la mitad de nuestro dinero.
Encontrar allí una buhardilla y establecernos fue relativamente fácil.
Yo trabajaba de estibador en el puerto, y a medida que tomaba contacto con la ciudad, también hacía corretajes de joyas y pequeñas mercaderías.
Ella cosía y planchaba para las damas. En nuestro tiempo libre, me instruía. Apenas salíamos, salvo al anochecer, pues temíamos ser reconocidos.
Fue la etapa más plena de nuestros días.
Las yemas de sus dedos encallecieron, sus brazos tenían quemazones de la plancha, y el frío y la frugalidad le quitaron el aire de damita. Para mí era más hermosa cada día.
Nuestra felicidad duró apenas año y medio.
En el puerto reconocí a un marino de Londres, le pedí que llevara una carta a mi  madre.
Ignoraba que éramos buscados por todo Londres, con pasquines que ofrecían sustanciosa recompensa; el marinero nos delató.
Un día, al volver cansado de trabajar vislumbré en mi portal el cuerpo de un policía. Hábilmente me metí en el portal de al lado, llegué a su buhardilla y pregunté a nuestra vecina; me contó cómo habían registrado nuestra casa, llevándose a Beth esposada en el furgón policial, mientras gritaba: “Te esperaré, James, te esperaré”.
El ruido de pasos en la escalera nos indicó que la policía venía por mí. Huí por los tejados.
Si me atrapaban me encerrarían en una lóbrega cárcel a la espera de juicio, y el prestigioso abogado que el padre buscaría me acusaría de rapto, violación, cohabitación, y muchos más cargos. Era carne de horca.
Huí. Han pasado ocho meses desde entonces. Como estoy reclamado por la justicia nunca permanezco mucho tiempo en un lugar.
Catorce de Enero de l796.  Dos de la madrugada.
Hace mes y medio dormía, previo pago, en la cuadra de una posada. Junto a mí, un muchacho se convulsionaba agotado, tosiendo continuamente y con fiebre. Le di mi escudilla de caldo, le tapé con mi  manta, y atendí. Con palabras jadeantes me contó su vida.  Quería llegar al faro de Farnort, para relevar a su primo que llevaba dieciocho años de servicio, y ahora se retiraba. El sueldo era bueno, pues nadie quería estar sólo y a merced de un esquife que, una vez por semana y sorteando los peligros de las aguas y del tiempo, hacía el avituallamiento de comida y aceite para el fanal.
Expiró al amanecer. Me percaté de que guardábamos cierto parecido y pensé suplantarle. Encontré la carta de las autoridades portuarias a su nombre. Tomé sus ropas y hatillo y por la mañana informé al posadero que James, hijo de Margaret “la pecosa”, del barrio oeste de Londres, había fallecido en la noche.
Testifiqué ante el juez de paz, lo echaron en la fosa común y yo partí hacia el faro, tardando tres semanas en llegar.
 image En la oficina portuaria me informaron que durante mi tardanza otra persona había ocupado la plaza; sin embargo, se había suicidado unos pocos días después, y oportunamente el puesto seguía vacante. No me dejé impresionar, y durante un día y una noche, el viejo marinero que maneja la balandra me instruyó sobre el mantenimiento y manejo del fanal de aceite, y de cómo dirigir la luz hacia los barcos para guiarles a buen puerto, reflejando en el libro su avistamiento, la distancia en yardas y su orientación en longitud y latitud.
Esta es mi historia, hasta el día de hoy.
Sé que a los ojos de los hombres he pecado, pero carezco de sentimiento de culpa, y sí de un sentido interno de guiar mi vida con sinceridad. 
En la clase social de Beth, el destino de las mujeres lo deciden sus padres.          
Madre decía: “El amor, James, es  privilegio de los pobres. Pues quien poco posee dispone libremente”.
Si algo agradezco del ambiente de marginación de mi infancia es contemplar las normas sociales desde el otro lado del espejo; jueces, sacerdotes y esposos ejemplares se erigían como baluartes de valores morales que incumplían en sus visitas a nuestro barrio.
Considero que las leyes de los hombres son injustas, y pecando de blasfemo creo que Dios está de parte de los poderosos.  O al menos eso nos quieren transmitir, creando cánones para dominar al pueblo. (Lo aprendí de los marineros de ultramar).
Quince de enero, seis de la tarde.
Hoy he dormido toda la mañana de un tirón, supongo que por haber desahogado mi pena.
Parece que vislumbro una ligera mancha en el ocaso. Podría ser un barco, cuando sea de noche lo sabré por el fuego que ponen en cubierta, se percibe a yardas de distancia.
Beth ha sido arrancada de mi corazón y la herida está en carne viva. Agradezco mi aislamiento, que mitiga el dolor.
Nueve de la noche: El cielo está de color violeta,  denso y oscuro. Presagia tormenta la fuerte marejada que cada vez es más viva. El barco se percibe más claro, una pequeña cáscara de nuez que se bambolea en el horizonte.
Once de la noche: La tormenta está encima de nosotros. Los rayos hienden el cielo y su ruido chispeante es proseguido por rotundos truenos que se sienten en las paredes.  El barco está visible en la lejanía y gruesos mantos de agua lo elevan y hacen oscilar violentamente. Dentro deben estar pasándolo muy mal.
No dejo de dirigir la luz en dirección al puerto. Primero ilumino en dirección a su casco, y lentamente dirijo la luz hacia la dirección correcta. Espero que puedan gobernar el timón lo suficiente como para eludir las rocas que circunvalan el faro.
Las olas rompen contra los arrecifes y la espuma llega hasta el ventanuco del tercer piso, el dormitorio.
En intervalos, aprovecho a hacer café en el infiernillo, a escribir esto y a dirigir la luz hacia el puerto.
Dieciséis de enero, doce de la mañana.
Despierto aún agotado del esfuerzo de girar el fanal del barco al puerto y viceversa, toda la noche. La tormenta cesó hace horas, y el barco está bien orientado, aunque su movimiento es nulo, al cesar el viento. El mástil principal cabecea a babor, es fácil que tenga vías de agua abiertas en el casco.
El mar está en calma y las gaviotas surcan el cielo.
Dos de la tarde: tres barcos de mediano tamaño acuden al auxilio. Los viajeros y animales irán en el primero, abarrotando la bodega con toda la mercancía que quepa, lo que elevará el nivel del casco y facilitará su reparación. 
Cinco de la tarde: Comienzan las labores de arrastre de los otros dos barcos. El barco accidentado cabecea aún más, pero llegará a puerto. 
Seis de la tarde: Decido hacer una incursión a las rocas que rodean el faro. Trepar por sus salientes me sirve de ejercicio. Me siento entumecido y con ganas de despejarme.
Regreso al faro alterado: en mi incursión por las rocas, y cerca de donde se encontró el cadáver del último farero, encuentro una bolsa de cuero con unas hojas arrancadas de nuestro diario de avistamientos. La letra es casi ilegible en muchos párrafos y decido leerla con calma.
Comienza el 4 de enero de 1796. La tinta es difusa en algunas partes, pero básicamente capto su sentido. Es la historia personal del anterior farero, a quien yo relevo. Lo transcribo, en hoja aparte, pues no quiero que los pensamientos de ese hombre se mezclen con los míos.
DIARIO DEL ANTERIOR FARERO, A QUIEN DIOS PUEDA PERDONAR POR SUS PECADOS.
Cuatro de enero de 1796- Hoy me siento anímicamente mal. Sé que mi vida no tiene sentido: ¿Qué hace una persona de mi posición en semejante sitio?  Los que me conocen lo pueden considerar una excentricidad, en el mejor de los casos, y los que no me quieren bien, que son muchos, lo llamarán locura…
He llevado una vida disipada, he conocido todos los vicios y me he dejado arrastrar por ellos demasiado tiempo; he perdido una fortuna, y de mi patrimonio sólo quedan restos… Mucha de la gente de bien procura eludirme, y los que me tratan lo hacen tan sólo por el respeto que mi linaje suponía hace tan sólo unos lustros.
Es ahora cuando soy consciente de ello. Tampoco me arrepiento de lo vivido, la lástima es que se me ha escapado otra forma de vivir, pues la vida transcurre sólo en una dirección, la que marcamos desde nuestra mente o desde el corazón.
Creo que ahí reside el meollo: he sido incapaz de vivir acorde al corazón. Afectividad, creencias, familia, amor.  Todo esto se me negó desde niño.
Supongo que pertenecer a una familia rica  puede considerarse eximente, pues lo cierto es que me crié a cargo de una niñera y de las doncellas de mi madre; a ella la veía a las horas de las comidas y al tiempo de dar las buenas noches… Siempre elegante y moderada, no recuerdo haber jugado con ella, ni tener más contacto físico que un beso en la mejilla.
Mi padre siempre fue una figura distante y autoritaria.
Tuve un preceptor hasta los siete años, en que me ingresaron interno en un colegio de élite; aprendí a defenderme del mundo, pues peor que la tiranía del claustro de profesores y sus continuos castigos eran los demás alumnos. Someter a los nuevos era la ley, y dentro de esto uno procuraba defenderse de una de estas tres formas: intentando pasar desapercibido, haciendo grupo con otros nuevos, o tratando de plantar cara, desafiando.
Por mi carácter, ésta última fue mi opción, convirtiéndome en un proscrito lleno de moratones  al que, poco a poco, comenzaron a respetar.
Con el paso de los años me convertí en un líder del mal; los nuevos huían con sólo verme de lejos, y las diversiones con mis adeptos pasaban por las novatadas, las apuestas, o las escapadas.
Tan sólo el poder de mi padre sostenía mis notas, aquellos fariseos mandaban cartas a casa en las que se quejaban de mi comportamiento y de mi escasa atención, pero el talonario de mi padre, que tanto contribuyó en obras nuevas, actuaba como un bálsamo.
Aún así no pudieron sujetar el escándalo que supuso mi expulsión: había dejado embarazada a una de las mozas de cocina. La recuerdo fornida y de anchas caderas, no exenta de gracia, sana y natural como la muchacha de campo que era, con la cara, brazos y escote llenos de pecas, y su pelo rubio adornando una cara pícara y alegre... Margaret, creo recordar que se llamaba.
Mi padre indemnizó a los suyos –era impensable el matrimonio- y a mí me mandó a Francia, a cargo de un pariente lejano que tenía una joyería especializada en la engastación de gemas.
Cinco de enero- El mar hoy está en calma y no se divisa nada en el horizonte. Faltan dos días para que llegue la balandra de avituallamiento. Hoy he estado tirando un hueso a Neptuno, para que corra en el breve espacio que circunda la edificación. El perro, siempre tranquilo, parece que entienda mi oscuro estado de ánimo. 
En la joyería duré tres meses. Pese a chapurrear el idioma, pronto tuve amigos de borracheras y salidas. En el taller era insolente e indisciplinado y tras una fuerte discusión marché con un hatillo a recorrer mundo.
Fui, entre otros oficios: grumete, mozo de cuadras, mantenido de una condesa austriaca, mercenario, traficante de armas y capitán de una chalupa contrabandista.
He viajado por Francia, Alemania, Austria, Holanda, Italia, España y comerciado con la costa de África.
Sufrí enfermedades tropicales, ataques de piratas, naufragios y sobreviví a un tifón, del que escapé porque aún no era mi momento.
He corrido mundo y tratado con  ricos y pobres. Respetado y odiado a partes iguales, mi puñal ha hendido en decenas de reyertas.
Pero al ser humano le resuena el eco de sus orígenes, quizá por buscarse a sí mismo y encontrar sentido a la vida, y he aquí que hastiado de todo volví a Londres, con una pequeña fortuna en oro, supuestamente para buscar financiación con que fletar un barco dedicado al comercio de marfil.
Mi reencuentro con la gran ciudad me llevó una vez más a una vida disoluta, y al cabo de tres meses acabé, quien sabe cómo, acogido en un hospital de caridad, enfermo de sífilis.
Sífilis, la enfermedad que si no te mata te deja a las puertas de la locura…
Los meses de enfermedad, en los que se barajó el peligro, me han cambiado.
Durante una primera fase de la enfermedad mantuve casi de continuo episodios febriles muy fuertes en los que me sentía como energía vibrante,  unido al sol y al aire de la habitación donde yacía mi cuerpo; yo era una energía de pensamiento que flotaba. De hecho captaba los pensamientos y estados de ánimo de aquellos en los que focalizaba mi atención; me sentía parte de su ser y sentía con su energía: dulce, compasiva, enérgica, etc.
Después vino el agotamiento. Me sentía volver a un trozo de carne correoso y gris, que era mi cuerpo, y no quería comer ni hablar, pues cuanto más tomara contacto con este mundo antes se me escapaba la percepción de aquel otro…
Cuando a base de caldos de ave y de verduras consiguieron recuperar mi cuerpo, entré en la fase del delirio, pues quería expresarme y carecía de palabras, balbuceaba, y cuando entendían algo no tenía sentido para ellos.
Pasé al aislamiento, acurrucado en posición fetal y sin hablar, tratando de que mi mente fuera otra vez la conexión entre mi cuerpo y mi espíritu…
Poco a poco volví a una relativa normalidad, hasta que me consideraron curado y me dejaron marchar.
Sin embargo, la experiencia me había marcado, era el norte de mi vida.
Es por eso que tomé contacto con De Grät, al que expuse todo esto, y sin comprender plenamente, entendió mi necesidad de permanecer aislado y me propuso este puesto de farero, al que accedí de inmediato. Tuvo que mover influencias, y aquí estoy.
Seis de enero- El mar está tranquilo y no se aprecia ninguna embarcación.
Hoy ha venido a mi mente el episodio más vergonzoso de mi vida: en Harar (Somalia), sólo por una vez, fui traficante de esclavos.
El grupo de negros capturados, hombres, mujeres y niños, había permanecido encadenado toda la noche en la explanada, y sus lamentos y sollozos sólo eran interrumpidos por las amenazas y golpes del capataz. Ahora subían en hilera al barco. “El holandés” y sus tres ayudantes castigaban con un pequeño látigo cualquier intento de rebeldía, y sólo se oían quedamente sus hipidos, roncos ya de tanto lamentarse.
Yo era el capitán del barco, y “El holandés” su mercenario. Me propuso este negocio como forma de saldar la deuda que tenía con él, y estaba obligado.
Aunque digan que los negros no son humanos, y que están al servicio de los hombres, como las ovejas y los árboles, creo que no es cierto. Quizá carezcan de nuestra inteligencia, pero cuidan a sus bebés con más cariño que muchas de nuestras madres, y he presenciado sus emociones al separarlos.
 image Al pasar frente a mí para bajar a la bodega un negro adolescente me miró profundamente. Diría que había transcendido su miedo y sus pupilas me transmitieron  la injusticia de apartarles por la fuerza de su hábitat. Intuyo que se sentía tan persona como yo, y me planteaba si yo tenía derecho a hacerles eso…
Pero no había vuelta atrás. Yo además sabía que más de la mitad moriría en la travesía y los que llegaran serían subastados como animales de labor.
Esa noche me emborraché, juré que no volvería a hacerlo y al desembarco me encerré para no verles. Nunca supe si el muchacho llegó vivo, pero no querría volver a enfrentarme a su mirada.
Siete de enero- La soledad de este faro en la madrugada me juega malas pasadas.
Continuamente acuden a mi mente acciones sangrientas en las que he participado, y de cada una de ellas los personajes permanecen detrás de mí, con sus heridas abiertas, mientras sucede en mi mente la siguiente escena. No hablan, me miran, cubiertos de sangre,  sujetándose las tripas abiertas de un tajo, o la garganta cercenada… Son espectros. Poco a poco otro incidente penetra en mi mente y sus actores se quedan detrás, uno con el cráneo abierto, otro con el brazo cercenado y una gran herida en el corazón…
Ahora afluyen no sólo los ensangrentados, sino todos aquellos a los que perjudiqué a sabiendas: por robo, intimidación, engaño... Percibo la habitación llena de aparecidos silenciosos a los que ya no me atrevo a dar la cara.
Temo lo que comienza a formarse: los sollozos del grupo de negros en la explanada. Sus lamentos se oyen tenuemente; de la masa de sus voces comienzan a filtrarse individualmente en mi mente; a través de cada vibración de voz llego a su garganta, y de ahí a su ser.
Ahora comprendo dentro de mí su miedo, siento la energía fresca y pura de su esencia y la incomprensión a tanto odio como trae el hombre blanco. Somos monstruos con corazón de piedra. Disfrutamos haciendo sufrir… ¡Y nosotros nos creemos superiores!
Siento dolor por cada uno de ellos, pues pienso que les hemos arrebatado su vida. Les siento inocentes y alegres de corazón. Me duelen más que estos otros europeos que seguramente hubieran hecho otro tanto conmigo si hubieran podido.
Ahora percibo la mirada del chico negro. No juzga, solo mira. El blanco de sus grandes ojos rodea su pupila que me mira, no se cree víctima, solo mira, parece que dice: tú has tomado mi vida. Tenías derecho, según tú. Sin preguntarme. –Su pupila me hiere en su inocencia-.
Me siento mal, quisiera que la locura me hubiera dejado demente allá en el hospital, una gruesa capa de algodón por memoria, no pensar, no tener esta agonía de pensamientos mal tratantes, uno detrás de otro… quizá locura es esto, porque, ¿quién puede percibirlo, sino yo?
Abro el ventanal: aquí y ahora, les empujaré para que salgan a la inmensidad de la noche, que me dejen en paz, que salgan de este faro...y de mi cabeza. Y si no soy capaz, saltaré con todos ellos dentro de mí y será la forma de acallarles. No puedo vivir así.
(Firma ilegible)
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Me he quedado en blanco, tratando de asimilar lo que esto significa.
Sé que el contenido de esta carta está ya guardado en el fondo de mi alma.  La casualidad no existe, y mi camino se había de cruzar con el de este ser, captando su esencia a través de este legado póstumo. 
La vida me ha dado su testimonio, y he de sacar provecho.  Soy joven y puedo elegir. Este faro me ha servido de prisma donde tomar contacto conmigo mismo.  No huiré más al destino trazado desde el corazón.
Mañana vendrá el hombre del avituallamiento; le diré que no me adapto y que vayan buscando otro farero. Me impaciento por salir de aquí.
Iré a buscar a Beth. No importa lo que tarde en encontrarla. Puede estar casada con aquel hombre, lo cual dudo, o bien su padre la haya retirado a la espera de que pase el escándalo y pueda casarla con alguien que no tenga escrúpulos de su pasado a cambio de una buena dote.
La buscaré denodadamente, y cuando la encuentre esta vez seré yo quien le diga que nos fuguemos. Podremos empezar una vida nueva, lejos, quizá en América, tierra de oportunidades.
Si existe la justicia divina, estaremos juntos. Rogad al Dios de vuestras creencias por ello.
El faro de Farnort, a  Diecisiete de enero del año de gracia de l796.
Ver biografía del autor

Alberto Díaz

4 de enero- He pensado durante todo el día en Orndoff. Me resulta contradictorio haberle echado de menos. Tal vez su parloteo sería una buena medicina contra el tedio que, en jirones, a veces me rodea. No esperaba que surgiese ese sentimiento en mi alma. Durante la tarde, Neptuno se ha mostrado nervioso y no paraba de dar vueltas a mi alrededor con el pelo erizado. Ante esto, decidí echar un vistazo para comprobar que todo estaba en orden. Ridículo, lo sé, porque los únicos habitantes de este remoto lugar somos nosotros, pero necesitaba hacerlo. A las 10:43 de la noche se desató una tormenta espectacular. Repentinamente, recordé la profecía de De Grät: “Señor de Matignon: nadie, en sus 147 años de existencia, ha salido vivo de ese faro. ¿Creéis que vos seréis el primero? No me hagáis reír, por favor”. “Os demostraré, a fe mía, que yo lo conseguiré. Dentro de un año y cinco meses, cuando haya vuelto a este palacio, tendréis que reconocer el éxito de mi empresa. Me habré convertido en el primer noble, en la Historia de Francia, en desempeñar el oficio que se me ha asignado en el faro de Tevennec y regresar sano y salvo”, fueron mis palabras textuales.
image 5 de enero- El día amaneció lluvioso y el viento, de nuevo, lanzó furiosas ráfagas, aunque lo peor del temporal se desarrolló entre las tres y las cinco de la madrugada. Por momentos parecía que el faro iba a hundirse en el océano. Para pasar el rato mientras soportábamos la tormenta, he comenzado a escribir en otro diario unos versos. Nunca me he considerado un poeta pero, después de 14 años, algo me suscita este deseo. Al principio pensé que los aullidos de Neptuno impedirían mi concentración. Con gran asombro, sentí que eran los caballos perfectos para que las palabras galopasen desde la tinta hasta el papel. Mañana comenzaré un relato: un argumento excepcional me ronda la cabeza. Después de comer, regresó la calma y pude salir a respirar aire fresco. Afortunadamente, mi constitución física es robusta y resisto bien la humedad.
6 de enero- Durante la tarde se produjo un fenómeno curioso: avisté una fragata durante un segundo en que la niebla me permitió ver algo. No logré identificar la bandera, pero me pareció inglesa. Un hombre, encaramado al palo de mesana, me apuntó con su fusil e hizo el gesto de disparar. Nervioso, guardé a toda prisa el catalejo y bajé las escaleras a trompicones. Pensé que estaba asistiendo al comienzo de una invasión británica. Al instante me percaté de la estupidez de la idea porque horas antes de partir hacia este destino, yo mismo fui testigo de la firma del Tratado de Paz entre Inglaterra y Francia. Subí de nuevo al fanal y extendí el catalejo, pero no pude divisar nada. ¿Una broma pesada de mi mente? De todas formas, me mantuve alerta el resto del día, aunque bien mirado, ¿qué podría hacer yo en caso de un ataque por parte de los ingleses? En cuanto regrese la balandra a finales de mes tendré que comunicar el hecho. El resto de la jornada transcurrió en paz.
7 de enero- Neptuno se ha puesto enfermo. A media mañana empezó a sangrar por las orejas. El líquido era casi negro y el pobre animal ha estado tumbado el resto del día. He intentado, inútilmente, que probase bocado. No poseo conocimientos de Veterinaria, así que me temo lo peor… No me veo capaz de sacrificarlo y, por otra parte, su sufrimiento es… inhumano. Las cosas empiezan a complicarse más de lo que imaginaba. Hoy subí cinco veces al fanal temeroso de otear el horizonte y encontrarme una escuadra inglesa. Afortunadamente, sólo se veían el mar, liso como el mármol, y grupos reducidos de gaviotas y albatros sobrevolando algún que otro banco de peces. El embate de las olas nos ha concedido un respiro.
8 de enero- A las 7:32 de la mañana he arrojado al mar el cuerpo de Neptuno. Las lágrimas me han acompañado sin cesar en esta fecha. A partir de ahora, la soledad será menos gozosa sin la compañía de mi amigo. ¿Se cumplirá la profecía de De Grät? Confío en que lo de Neptuno no represente la antesala de mi propio final. Creo que Dios me someterá a pruebas aún más terribles durante mi estancia en este faro. La incertidumbre me acosa en las horas más inesperadas y empiezo a tener dificultades para desembarazarme de ella. Hasta hoy no había temido por mi vida. Pienso que la marcha de mi perro ha trastocado los nobles propósitos que albergaba mi corazón. No he conseguido escribir ni un solo verso desde ayer y el relato no me motiva. Quizá el lugar esté robando la buena predisposición con la que acepté mi cometido.
9 de enero- El Sol se erigió en señor de esta parte del mundo y lució, magnífico, calentando mis huesos. Me he dedicado a contar los libros que he traído: cuatro volúmenes de Física, siete de Astronomía, dos de Química, uno de Filosofía y tres de Náutica. La pasión por el saber que me inculcó mi padrastro se apaga lentamente. Poca satisfacción encuentro ya en lo que antes era fundamental. Debo darme tiempo para superar la muerte de Neptuno. Lo malo es que no hallo el ánimo necesario para encarar los días que, como juguetes rotos, se deslizan ante mi mirada. Si Orndoff supiera cuánto le añoro… pensaría que estoy loco. Loco, loco, loco… La palabra adquiere un matiz especial rodeado solamente por agua y aire.
10 de enero- He tenido que tirar gran parte de mis provisiones. Unos gusanos repugnantes comenzaron a salir de ocho de las diez cajas con las que embarqué en el puerto de Sablons. Ante este hecho, dudo de si el racionamiento me permitirá sobrevivir hasta la próxima visita de la balandra. Ruego a Dios que me dé fuerzas en estas horas tan trágicas. Por lo demás, no ha habido ningún sobresalto.
11 de enero- Ha vuelto a suceder. De nuevo he divisado a la fragata inglesa a unos 1.000 metros del faro. Otra vez con niebla y sólo durante un segundo. Su nombre continúa siendo un misterio: únicamente pude adivinar una “H” y una “E”. No lo entiendo; no deberían navegar por estas aguas y menos tratándose de un buque de guerra. ¿Acaso piensan que lograrán asustarme? ¡Pobres diablos! ¡Desconocen que soy un noble y los nobles jamás abandonamos a la patria! ¿Qué pretenden con su desfachatez? Además, les resultará imposible acercarse con estas corrientes.
12 de enero- Escribo mi última anotación en el diario. Debo unirme a la tripulación de la fragata urgentemente. Cinco soldados y el capitán, la viva imagen de De Grät, me esperan abajo. Éste me ha asegurado que los hombres que componen la dotación del barco son los fareros que han habitado aquí. Todos, para salvar su alma, decidieron marcharse. Sé que no es posible, pero le creo. Espero que la caja de cobre que voy a echar al mar conserve, intactas, estas páginas.

Mª Carmen Martínez Rodríguez

4º de enero de 1796
image El día ha amanecido con una luminosidad hiriente. Como si el dios Helios embutido
en su traje de Coloso hubiera venido con el amanecer a saludar a su compañero de piedra.
Un cielo azul, límpido, sin mácula de nubarrones que lo ensombrecieran, me ha acompañado a lo largo del paseo matinal.
Aunque desayuno frugalmente, prefiero caminar y atender el faro antes de cumplir con mi estómago. Nada me satisface más que leer tranquilamente una vez degustadas las viandas, porque la mañana es propicia a la reflexión.
Estoy releyendo un libro que me apasiona: “Cartas Persas”, de mi paisano Charles Louis de Secondat, Señor de la Brede y Barón de Montesquieu.
La ironía del trío persa, Uzbek, Rica y Redi, y su mirada crítica hacia la cultura occidental supusieron una cura de humildad para este noble francés que ahora pasa sus días arropado por la soledad del mar.
Me hubiera gustado ser protagonista de su periplo viajero: desde la corte de Isfahán hasta Francia, pasando por Turquía, Armenia e Italia.
Fue mi padre quien me descubrió la obra de este, como él, ilustre miembro de la nobleza de toga. Estaba entre los pocos libros que mi progenitor pudo llevar en nuestro viaje migratorio hacia Inglaterra, en 1786. Los levantamientos populares que provocó la carestía de alimentos le llevaron a la conclusión que a la Francia de Luis XVI le acechaban funestos presagios. El, al fin y al cabo, era un burgués seguidor de las modernas teorías políticas; pero su esposa, su querida Celine, fue nacida en la más rancia nobleza de cuna, y para ellos se avecinaban tiempos de incertidumbre y miedo. Él sospechaba que el fuego sería avivado por los suyos: una burguesía sobrada de dinero y ansiosa de poder. Y decidió que era mejor buscar la seguridad para su familia y no jugar con los naipes del destino.
Volviendo a la epístola, aunque mi vida es limitada y no conoceré ni puedo predecir con certeza el futuro, creo que nunca pasará de moda; por eso los prebostes de la Religión, y su funesta inclinación a mantener en la ignorancia a los hombres haciendo prevaler la fe sobre la para ellos abyecta razón, lo incluyeron en la relación de libros prohibidos.
Hoy me he detenido en la CARTA LXXXV –
“Confieso que están llenas las historias de guerras de religión; pero mirándolo bien, no ha sido la muchedumbre de religiones la que estas guerras ha ocasionado, sino el espíritu de intolerancia que animaba la que se creía dominante”.
Y en la CARTA CXIX –
“...los países mahometanos cada día están más yermos por consecuencia de una opinión que, puesto que en sí sea santísima, no deja de acarrear perniciosísimos efectos cuando se arraiga en los ánimos; y es ésta, que nos contemplamos como unos peregrinos que deben siempre tener puestas sus miras en otra patria, y así nos parecen locura las útiles y duraderas tareas [...] y satisfechos con lo presente, sin curarnos de lo venidero, no nos cuidamos ni de reparar los públicos edificios, ni de desmontar las tierras eriales, ni de cultivar las que están en estado de remunerar nuestras labores; … lo fiamos todo a la voluntad de la providencia”.  
Y  en la CARTA CXXX, donde el barón aprovecha, por boca de sus personajes, para criticar a los que él llama literariamente “noveleros”. Comentaristas políticos que se vanaglorian de conocer los entresijos de la política y sus protagonistas y que si por algo se caracterizan es por la puerilidad de sus análisis; siempre dispuestos a orientarse hacia el sol que más les calienta:
“Estos son los miembros más inútiles del estado, y cincuenta años de sus habladurías han producido el mismo efecto que hubiera resultado de cincuenta de silencio”.
He finalizado la mañana con una sonrisa, la que siempre me provoca la lectura de la CARTA CXIV – Yo, en mis años mozos mujeriego y poligámico no declarado, encontré en las razones de esta carta las ventajas de las sociedades monógamas:
“...obligadas nuestras mujeres a una castidad forzosa, necesitan hombres que las guarden, que no pueden ser otros que eunucos... ¡Qué pérdida para la sociedad…! Así ocupa un hombre solo en sus gustos tantas personas de uno y otro sexo que las priva de la vida útil al Estado y las hace incapaces de propagar la especie”.
Libro corto pero intenso, no muy del agrado de mi querido De Grät -¿quiénes se creen los orientales para venir a darnos lecciones?- que, dejándose llevar por la ceguera que produce la defensa a ultranza de la cultura propia, no se ha percatado de que el libro es producto de las reflexiones de un francés en la piel de un persa. Imagino su agrio gesto cuando lea este párrafo, y los siguientes, porque en honor al ingenioso escritor, a partir de este día, los meses los citaré con la denominación persa. Juro que no hay mala fe en ello, ni intenciones de irritar aún más a De y su fervor por el calendario gregoriano; sólo que como no sé hasta cuándo me acompañará la vida, quiero darme el gusto de nombrarlos todos de seguido. Para que no se ofenda excesivamente, los pondré en paralelo.
Aquí quedan: Zilcadé - Enero; Zilhagé - Febrero; Maharram - Marzo; Safar - Abril; Rebiab 1 - Mayo; Rebiab 2 - Junio; Gemadi 1 - Julio; Gemadi 2 - Agosto; Rhegeb - Septiembre; Chabán - Octubre; Rahmazán - Noviembre; Chalval - Diciembre.
El resto del día no ha tenido nada especial a destacar. Mi obligatorio baño de sal; una tarde de duermevela y las consabidas comidas, que realizo dejándome llevar por el apetito, ya que mi reloj ha decidido abandonarme pasando a mejor vida.
10 de Zilcadé - Enero de 1796
Llevo días sin coger la pluma. Lo hago hoy, día 10; cifra formada por un número que resulta de unir el uno y el cero. El uno es el principio y yo sé cuál ha sido mi origen y cómo ha transcurrido mi vida hasta ahora, pero ¿cuáles serán las vivencias intermedias que conformarán mi historia? ¿Cómo será el fin que sellará mi página vital? ¿La decisión que he tomado me ayudará en mi búsqueda de la perfección como ser humano?
¿Por qué diserto sobre el diez cuando mi número fetiche es el nueve? La suma de la triada de los mundos. Dos visibles, la tierra y el cielo; uno desconocido, el infierno. Yo convivo con mi propio averno y para no hundirme en la locura me dejo acunar, en los momentos de angustia, por las nueve musas. ¿Acaso encontraré la paz después de transitar por los nueve caminos requeridos para alcanzar la perfección y cerrar el círculo?
Sirva esta divagación para poner algo de interés a unos días de pura rutina doméstica. Me he dedicado a adecentar el cuarto que servirá de comedor y dormitorio y a convencerme a mí mismo, lo he conseguido, de que el faro no oscila y que, aunque Eolo librara de sus grilletes a los furiosos vientos, nada podría con las ensambladas piedras cimentadas en la roca.
También me he replanteado la altura que inicialmente le asigné al faro. Es más espigado de lo que creía. Sus casi trescientos escalones me indican que la altura puede rondar los 60 metros; sin contar el foso.
Ya pasaron los tiempos de los faros de madera y carbón, que requerían un esfuerzo titánico para su mantenimiento; y el de los faros de aceite, que tiznaban los cristales e impedían la adecuada protección de los barcos.
Afortunadamente para los fareros, y para los árboles y las ballenas, Teulere reemplazó las hogueras y las linternas de vidrio por lámparas de reflectores parabólicos. Yo he bautizado a la mía con el siguiente alias: “El ojo del ángel guardián”.
Como antes apuntaba, estos días he estado enfrascado en la limpieza de mi habitáculo y en la posterior ubicación de mis escasos enseres. La ambición me ha abandonado y ahora no necesito sentirme rodeado de lujos para ser feliz; vivir con lo básico no requiere de grandes refinamientos. Me he procurado una vajilla de madera, que me han asegurado que es eterna; unos vasos de terracota y unas cazuelas de cobre. Eso me basta para llenar la minúscula alacena que pende de la pared. En cuanto al ajuar, también exiguo: tres toallas de lino, una manta y un cobertor de plumas de ganso. Mis vestiduras son las adecuadas para el lugar que habito y la función que desempeño; de abrigo para el invierno y ligeras para el estío. Convertir el faro en un hogar, depende de mí. Será difícil, porque este pétreo enclave carece de lo que más añoro: mi jardín; su paleta de colores y sus exuberantes aromas.
He buscado conscientemente la soledad, pero no quiero que el estar a solas conmigo me llegue a abrumar; por eso he decidido que presida la estancia un cuadro con una escena de conversación. Los personajes representados no son familiares ni amigos, porque no quiero verme reflejado en mi pasado y añorar lo perdido. Con expresión feliz, conversan bajo el follaje protector de un abeto; buscando la armonía. Su energía de grupo contraponiéndose a mi elegida individualidad. ¿Encontraré en ella el equilibrio y la paz interior?
No hay espejos en los que contemplarse.
Me aferro al relicario que pende de mi cuello. Dame tú el sosiego que necesito.
15 de Zilcadé - Enero de 1796
Las jornadas transcurren vagando por el faro. No estoy en mi mejor momento; conozco el territorio palmo a palmo y algún día he deseado que la roca se moviera y el faro flotara, desplazándose hacia la costa. Esta posibilidad me conforta y me sobrecoge: no quiero que nadie me vea. La humedad ha puesto al descubierto las flaquezas de mi esqueleto; me siento cansado y subo irritado las escaleras, protestando como un viejo gruñón. Sólo espero que no sea reuma, hermosa palabra griega que significa agua que discurre y fatal presagio de lo que me espera; por si acaso, en el próximo viaje de la balandra Esperanza a la civilización, le pediré a De Grät que en el futuro incluya entre los víveres un buen manojo de ortigas secas. Mis huesos lo agradecerán.
Ya ansío ver su vela cangreja danzando a sotavento. Hasta que la aviste, pronunciaré palabras al aire esperando que el eco las reproduzca y me las devuelva repetidas. ¿Querrán ellas retornar a quien las pronuncia o buscarán alguien distinto que las escuche?
18 de Zilcadé - Enero de 1796
Llevo días contemplando el cielo nocturno. La noche me arropa y me desazona al mismo tiempo; creo que nunca me ha abandonado el temor a la oscuridad del rechazo. Por eso me aferro a la luminosidad salvadora de las estrellas de Orión y
a la lechosa luz de la Vía Láctea.
Aunque sé que De Grát no lo aprobará, no escribiré cada día en esta especie de memoria temporal de un farero, que desde ahora pasará a llamarse “A días”. Las palabras no fluyen cuando no hay nada que contar; cuando el pasado quiere olvidarse y el futuro está preñado de rutina y soledad.
¿Dónde estarás tú, mi estrella?
3 de Maharram - Marzo de 1796
Mucho tiempo ha transcurrido desde que mis dedos rozaran por última vez este tosco papel.
Hoy me he afeitado la larga y poblada barba y, al verme, Neptuno se ha acercado con cara de pocos amigos. Me ha olisqueado y me ha reconocido enseguida. Estamos solos, no creo que le haya resultado muy difícil la tarea.
Los dos estamos inquietos. De los espectaculares cielos nocturnos; de los días de calma y apatía; de la claridad, hemos pasado a un firmamento oscuro y amenazador. Los monstruos acechan desde la costa y reclaman saciar su voraz apetito. Yo me refugio en el faro, pero el faro es una cárcel que me ahoga. ¿Dónde están los míos de los que renegué en mala hora?
image Hay páginas en blanco, hirientes como cuchillos. No hay palabras porque sus trazos quedaron enterrados bajo los lamentos de los naufragados. En honor a ellos he decidido no volver a compartimentar el tiempo, porque sería poner fecha a mi amargura. He pasado días y días caminando sobre las rocas volcánicas, dejando que el mar bravío lamiera mis heridas; he descubierto que sigo siendo humano porque he padecido con el sufrimiento de los que han venido a mí envueltos en su tumefacta piel. Le he pedido a la mar que me los devolviera y lo ha hecho, ¿compasión o enseñanza? Sólo sé que desde la soledad de mi corazón he añorado a los otros y que he recuperado la sensibilidad que creí perdida.
La luminosidad de su amado faro, que representaba para ellos la fortaleza frente al amenazante océano, no pudo salvarlos de la tormenta y ya no tendrán la posibilidad de volver al calor del llar; a su amada tierra y al cálido abrazo de los seres queridos, que esperaban anhelantes su retorno. Mi imaginación ha pintado escenas de dolor para cada uno; como yo en su día fui el causante del tormento de los míos al negarles que me acompañaran en mi calvario.
Ya nunca estaré solo. Sus familiares no han querido desenterrarles y han permitido que descansen para la eternidad en las entrañas del foso. Acunados por el oleaje al son de acordes marinos. Hasta me han dejado elegir su epitafio Me he alegrado de que entre mis libros hubiera poemarios; me han servido para crear esta humilde composición, que deja entrever mi impotencia ante el colérico piélago:
image BRUMA
“Un viento traidor
les condujo hacia la muerte.
Sin socaire de Poniente,
naufragarían sus cuerpos
a merced de la bravura
del oleaje inclemente.
Y mi alma lacerada,
como vela a la deriva,
sufre por el asedio
de esta duda inquisitiva.
¿Dónde encontrará consuelo
este llanto sin medida;
por los hijos no salvados
y la inocencia perdida?”.
Unos cuentan que fue la visión ebria del tripulante del barco la que le llevó a confundir un faro de peligro con un faro de recalada. Los más propensos a creer en mitos marinos, que confundió las señales de peligro del faro con trovas de sirenas que, camufladas bajo un manto de niebla, le encantaron para arrastrarlo hacia las rocas. ¡Qué más da!; sea cual sea la causa lo que importa es su trágico final.
La resaca marina ha ido depositando los restos del naufragio, que han llegado envueltos en viscosas algas; como si los pecios se negaran a reposar lejos de los últimos moradores del fenecido pesquero de arrastre.
Hoy, al crepúsculo, he llorado. He descubierto que mis lágrimas son salobres y, por primera vez en muchos meses, he canturreado; confiado en el poder sanador del llanto.
Descansen en paz los marineros del “Alborán”.
Una tormenta asesina ofreció su vida al mar.
*********
- Señores, les agradecería que una vez finalizada la visita en esta sala se dirijan conmigo a la salida. Ahora subiremos las escaleras hasta el vértice del torreón. La vista es espectacular, pero aconsejo se abstengan los que padezcan vértigo y los que no se crean con la fortaleza física suficiente para soportar el esfuerzo. Los que inicien la subida y luego se arrepientan, siempre les queda la posibilidad del descenso; más liviano que el ascenso a la cumbre. Steven, puedes ojear los libros del farero mientras esperas.
- Una pregunta Carlee, ¿tanto le marcó el hundimiento al farero que ya no escribió más en el diario?
- El hecho de que haya páginas arrancadas hace pensar que sí, que al menos intentó plasmar sus vivencias, o sus emociones, sobre el papel. Luego os enseñaré algo que…no quiero estropear la sorpresa.
Los que coronaron el último peldaño pudieron leer grabada en un canto rodado, puesto a propósito sobre el alféizar del ventanal, la siguiente leyenda: Sólo serás libre si cicatrizas el alma.
- ¡Ánimo, valientes! ¡Y sujeten las riendas al caballo, que ahora vamos cuesta abajo! ¡Hasta las profundidades!
*********
El camino al foso es angosto y oscuro. Instalados en el hoyo, la guía espera paciente a que Steven acceda al recinto y se acostumbre a la luz amarillenta. El muchacho cojea y su cara de amargura denota que no está pasando por un buen momento. Tal vez por eso Carlee le trata con extrema deferencia.
-La cruz que veis, hecha con restos de maderos, señala el lugar donde probablemente fueron enterrados los marinos Y en esa vitrina, en un astillado cofre de marfil, se encuentra un manuscrito que quiero que nos lea Steven; yo estoy algo ronca y me flaquea la voz.
Carlee gira la llave y extrae los documentos; los abre y enseña a los visitantes el dibujo trazado en uno de ellos. Un hombre, cubierto con una túnica blanca, esconde su rostro entre las palmas mientras, a su alrededor, numerosas manos le ofrecen amparo y protección; como transmitiéndole: –“Queremos padecer contigo”. Al fondo del paisaje, una figura malévola parece regocijarse con su vergüenza.
- Si os preguntara, cada uno daríais una versión de la imagen. Si os parece, vamos a escuchar a Steven y luego me comentáis si era acertada la huella que la ilustración dejó en vuestro corazón. Cuando lo desees, puedes comenzar; afortunadamente para todos la letra del narrador es bastante legible.
“Me nombran Vincent y fui nacido por casualidad en el París de los Borbones, en el año 1763. A los anales de la historia pasará como el tiempo en que se firmó la Paz de París, que puso fin a la Guerra de los Siete Años y por la que los franceses pagamos un precio, la pérdida de colonias a favor de Inglaterra.
El carácter decisivo del azar en el nacimiento de cada hombre me ha hecho creer que todos somos iguales; ni desigualdad de sexos, ni diferencia de razas. Una humanidad universal que les ha sido enajenada a muchos seres por los intereses bastardos de algunos individuos. Y no crean, que este idealismo me ha costado muchos disgustos en el seno de mi propia familia, que recriminaba a mi padre, incluso las mujeres, la influencia nefasta que en mí había tenido la lectura del Nuevo Testamento.
Dicen que nací un día 5 y mi progenitor, auténtico artífice de mis inclinaciones liberales, y estudioso, en privado, del mundo esotérico, de niño me hacía poner los brazos en cruz y abrir las piernas y me llamaba el Pentalfo: -“Tú nunca serás perfecto porque eres un habitante del quinto reino”, decía.
No le faltaba razón y la vida vino a demostrármelo. Porque tenéis que saber que no elegí la soledad del faro porque creyera que vivir solo es algo idílico; mi soledad fue una huída de mí mismo. Creí que desertaba del espanto y de la conmiseración de los otros y no comprendí que estaba condenando a los demás cuando sólo yo debía ser enjuiciado. Sí, debió importarme la opinión de la gente, pero nunca hasta el punto de condicionar a sus opiniones mi existencia.
-“¡Es obra del diablo!”, gemía mi madre. Y sus reiteradas alusiones a Satanás me convertían a mí en un Lucifer enfurecido que, inmisericorde, exacerbaba con sus garras las lesiones de la infección.
Creí perdido el paraíso y me retiré de la vida mundana. Si alguna mujer conversaba conmigo, veía en sus ojos la compasión por las cicatrices de las pústulas y no la admiración por los conocimientos. Si mi familia me atendía solícita, les trataba con brusquedad; para hacerles partícipes de la frustración que sentía. Si Sophie acariciaba mis mejillas, yo repudiaba su cariño, llegando a tratarla con auténtico desprecio. Me sacié en la copa de la amargura y mi orgullo provocó el quebranto de mi madre y su fallecimiento; siento que fui el causante, aunque mi padre trató de convencerme de lo contrario.
Vincent contra la sociedad, hasta que De Grät le ofreció la oportunidad de huir de los que ya no consideraba semejantes.
Aquí he vivido los últimos meses; venciendo, en ocasiones, el tétrico deseo de entregarme al mar. Si no lo hice fue porque no quise que los peces celebraran un festín con mi lisiada figura.
Durante días, seguí analizando las cosas desde la estrechez de la caverna en la que había decidido morar mi lucidez y sólo podían ser como yo las percibía. Aunque no había espejos que reflejaran mi decadencia, mi memoria seguía devolviéndome una y otra vez las imágenes de lo que ayer había sido y de lo que hoy era.
Pero el hombre se encuentra a sí mismo donde menos lo espera; incluso cuando ya ni se busca. La muerte de la tripulación del pesquero encallado frente al velado arrecife fue para mí como una fisura a través de la cual comenzó a filtrarse la luz y la esperanza.
Mi aspecto ya no es el que era, pero poco importa. Durante algún tiempo he creído que la enfermedad era un castigo divino por mi licenciosa existencia, pero ya basta de engaños, Dios no es perfecto, ¿por qué iba a serlo yo; su criatura?
La vida también es vejez, enfermedad, dolor y contratiempos, y debo asumirlo. Si algo he visto en los ojos del único marinero que expiró en mis brazos, ha sido dulzura y agradecimiento porque unas cálidas manos y un rostro amable acogieran su último suspiro. Él no vio en mí al monstruo que yo veía.
Si algo me atormentará a partir de ahora será no ser una persona bondadosa. Eso sí que degrada al ser humano y no la imperfección física. Hoy han sido expelidas por el viento las cenizas de Vincent el egocéntrico.
Tengo conocimiento por De Grät de que Penélope ya no espera a su Ulises; no importa, tampoco éste regresará a Ítaca. Pasaré aquí el tiempo necesario hasta que me releve el nuevo farero y luego partiré. No sé dónde encaminar mis pasos, pero no regresaré a Inglaterra, donde me informan que el médico rural Edward Jenner, el sabio-poeta, iluminado por las palabras de una joven granjera: “Yo no voy a enfermarme nunca de viruela porque estoy vacunada”, está inoculando en personas sanas el pus extraído de los enfermos de viruela boba, con gran éxito.
Aquí lo dejo. Me esperan días de libros y rutina....”
************
- Antes de continuar con la lectura de los textos, agradezco a Steven su magnífica vocalización y aprovecho para informarle que sería un orador excelente. Quiero haceros la observación de que esta interrupción puede obedecer a que Vincent tal vez decidió seguir reflejando lo habitual en su “A veces”; aunque pudo encontrarlo tan carente de interés que luego decidió arrancar las páginas. Prosigue, por favor.
-“Han transcurrido aproximadamente seis años desde que diera traslado de mis emociones a estas cuartillas. Hoy ha arribado el nuevo farero. Ha sido difícil encontrar a alguien que quisiera permanecer en un faro enclavado en medio del mar, a muchos kilómetros de la costa. Es un joven gracioso, dice que algún día nos cambiarán tan poético nombre y nos llamarán algo así como expertos en señales. Estos jóvenes… ¡Quién sabe lo que nos deparará el futuro! En el mío inmediato está viajar a España, de donde me llegan noticias de que se prepara una expedición que partirá de La Coruña hacia América con un cargamento especial: 22 infantes “postulados”. En mi país siguen reticentes a la vacuna por creer, ¡maldita ignorancia!, que los que sigan el tratamiento terminarán adquiriendo rasgos de bóvido.
Se llamará, salvo que cambien de opinión, la Real Expedición Marítima Filantrópica de la Vacuna. Unos salvarán vidas y otros, como yo, trataremos de ayudar a los afectados por el mal a superar la angustia de no reconocerse a sí mismos. Espero que me dejen embarcar.
Llevo conmigo el relicario; bajo el brocado verde, sedoso y acariciador, están grabadas las palabras de Sophie: “Cuando tengas el valor de conocerte, subirás a la balandra y con las velas desplegadas irás en busca de tu destino. Sólo cuando la luz de la compasión ilumine tu semblante, te sentirás una estrella”.
*********
- Steven, Steven, mi soñador atormentado, es posible que la lectura del texto te haya dejado muchos por qué en el aire sobre el morador de estas vetustas piedras; pero nos tenemos que ir. Si te apetece, algún día podemos quedar en la Universidad y conjeturar sobre qué le deparó el futuro a Vincent. Aunque sólo sea un devenir intuido.
*********
Los alumnos están inquietos, ya huelen los días de asueto. A duras penas el profesor consigue que se concentren en escuchar la lectura del poema de Poe que ha elegido para hoy:
“Frente a la mar rugiente
que castiga esta rompiente
tengo en la palma apretada
granos de arena dorada.
¡Son pocos! Y en un momento Un sueño
se me escurren y yo siento
surgir en mí este lamento:
¡Oh Dios! ¿Por qué no puedo
retenerlos en mis dedos?
¡Oh Dios! ¡Si yo pudiera
salvar uno de la marea!”
- Mirad esta fotografía, ¿qué os parece?
- Una pesadilla.
- Una alfombra nacarada de esponjas coralinas.
- Un mar de espinas líquidas que batean furiosas las rocas de lo que parece el sombrerete de un faro.
- ¿Qué os trasmiten el poema y la imagen?
- Impotencia
- Ansiedad
- Zozobra.
- Como veis, todos sentimientos lacerantes. ¿Qué hacer cuando la angustia, sea cual sea su origen, nos atenaza?
- Unos polvos de la risa.
- Una birra bien fresquita, a la salud de Poe.
- ¿Alguna solución de efectos duraderos, por favor?
- Profesor Steven, ¿tal vez buscar la salida del oscuro paraje al que nos confina la creencia de que no hay más sufrimiento que el propio? ¿Tener el valor de renacer a un mundo donde todos los sonidos no son armónicos, ni todas las notas de la melodía son perfectas?
- Quizás. Cada uno debe buscar su propio camino hacia la perfección como ser humano; su retorno al paraíso. Podéis iros y seguir mi consejo, si os parece, ¡disfrutad del verano!
Steven regresa a su mesa. Cojea más que de costumbre; se está adaptando a su nueva pierna y eso le provoca inseguridad, pero logrará vencerla. Kathy le ayudará.
Murmura:
- Vincent salvó a Steven; a Vincent le redimieron los marineros, ¿no hubo nadie que librara a Poe de sus fantasmas? ¿nadie que tapizara sus trágicas vivencias con el velo sanador del olvido?
*********
Y el impávido cuervo osado aun sigue, sigue posado,
en el pálido busto de Palas que hay encima del portal;
y su mirada aguileña es la de un demonio que sueña,
cuya sombra el candil en el suelo proyecta fantasmal; y mi alma, de esa sombra que allí flota fantasmal, no se alzará... ¡nunca más!”

EDGAR ALLAN POE
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A todos nos preñó alguna vez el aciago influjo de la luna negra.
Ver biografía del autor

Mª Esther Bravo Pobes

4 de enero- …espero que todas mis inquietudes se disipen, no quiero tener miedo y no lo voy a tener. Dormiré plácidamente hoy, la noche me cuidará de los malos augurios y mañana despertará la luz, ahora me deslizo en el camastro viejo, pero apacible y mullido; sólo el rumor del viento, el sonido del mar cantan en compañía de mis deseos y mí mismo. Me dejo llevar, una vez más, mientras mis ojos se pierden en los destellos de la linterna de este recóndito faro que alumbra el horizonte despejado… una estampa sin igual.
5 de enero- Sigo las instrucciones de De Grät, no quiero perder mis sensaciones aquí sin darle forma en este diario…
Un rayo reflejado en el cristal calienta mi garganta, me dirijo a la fresquera situada en el alto del rincón del habitáculo, necesito mojar mis labios secos para poder comenzar a vivir, porque… he vuelto a soñar con ella, anoche me rozaba con sus dedos mis labios a cada paso que el mar me la acercaba. La extraño demasiado pronto, nunca pensé que la llamaría en mi mente, debe ser esta infinita soledad la que hechiza mi existencia y la cercanía de Neptuno con su suave peluche, pero no puedo desaprovechar esta oportunidad que me han dado, sólo aquí escribiré. SI, escribiré desde la majestuosidad de este punto del universo creado para ello, escribiré sobre mi mensaje al mundo. Desde el silencio, desde yo mismo, desde la luz de este faro que guía a los barcos cuando se pierden en las turbulencias, en las tempestades, siendo la referencia y la claridad cuando todo se convierte en oscuridad y el tiempo camina eterno.
Será una vivencia enriquecedora esta estancia aquí, volveré con Neptuno cuando terminemos nuestra encomienda, sólo y entonces, satisfecho con el trabajo encomendado; mientras tanto, aquí está mi destino. Volveré renovado por dentro y ella también pertenecerá a mi pasado sabiendo que será feliz en otro lugar lejos, aunque no sea a mi lado.
image Vale ya de sentimentalismos, ahora voy a ponerme a la faena sencilla de mantenimiento, y poder concentrarme en lo mío: comprobación de las lentes, luz del faro para su disposición en la noche, limpieza del cuarto, descenso para ejercitar mis músculos y los de Neptuno, ajuste del reloj, lectura de la brújula, orientación del viento… hay después mucho que hacer y mucho que pensar, presiento a las musas, ellas rodean mi espacio, este aire.
6 de enero- Neptuno estaba juguetón y brillante de verme saltar de alegría por la radiante y temprana mañana. El sol me alumbra la mente viendo más allá del mar, detrás de las olas, a través de la espuma.
7 de enero- Hoy he pensado en el sentido de la vida.
Este punto me hace ver con claridad el motivo que da riendas a la vida, ese motivo es como una luz que semeja este faro, que significa guía en la oscuridad, que nos ayuda a sentirnos vivos cuando nos perdemos entre la sociedad inerte, egoísta, monótona, sin valores. Quiero dar las gracias por tener dentro de mí esa luz y por vivir.
Gracias por vivir
Gracias por sentirme vivo
Gracias porque mi corazón está lleno
Gracias por el aroma que respiro sobre este inmenso mar
Estos sentimientos eternos que en la inmensidad de mi ser fluyen
Surgen como el agua de un océano, como las olas
Vendaval de calor que retorna dicha, calma, tranquilidad, sosiego...
Crece mi alma que engrandece mi humildad
Invade mi cielo que persigue lo sencillo
Gracias por sentirme, por llorar
Por sentir una lágrima caer mirando la vida
Gracias por vivir”
… quiero ser como este faro, por eso quiero transmitir esta llama al resto del mundo y desde este lugar, que llegue a cada persona como un halo, como el resplandor que te ayuda a sentirte seguro en el camino a pesar de las tempestades…
7 de enero- No puedo parar, mis dedos, mi cerebro, mi corazón rebosan sentimientos, ideas, oraciones alrededor de la luz, del sentido, del motor que gira la existencia, que se repite como los destellos de este fanal que alumbran el horizonte en la noche, una y otra vez. Sin ellos este lugar no tendría motivo, no existiría, como el ser humano no sobrevive sin el cariño, sin la ternura, sin la comprensión, sin la amistad, sin el amor… lámpara del faro.
Neptuno permanece a mi lado cada minuto tumbado plácidamente mientras escribo.
9 de enero- Ayer cerré los ojos rendido en la avanzada noche, agotados, pero deseosos del descanso bien merecido después de consumir los versos, las líneas, las palabras y las letras.
Me volví a dormir pensando en ella de nuevo…
imageAquí otra vez…
Aquí entre la tierra y el cielo
Veo la brisa del mar de tus ojos
Y entre la belleza de aquel hechizo
Quisiera volar a tus labios...
Aquí donde el sol dulcifica mi piel
Y entre el azul de la vida
Infinitos recuerdos de amor
Gritan mojando mi cuerpo con tus besos...
Aquí lloran mis versos por tu anhelo
Y entre cada línea, veo tu pasión
Mis pupilas caminan sobre tu pecho y tus caricias...
Aquí, otra vez aquí, te saboreo
Y entre tu aroma veo las estrellas
Lavo las horas con las gotas de tu aliento
Arrancando toda nube con tu amor...”
10 de enero de 1796- Terminé, como todos los días, en la avanzada noche que a pesar de ser invierno, en mi corazón la noche torna cálida…
Miro lentamente esta noche cálida
Que me incita a las letras, cubierta con una eterna calma
Con pequeños luceros enredados entre la tiniebla silenciosa
Mientras el sonido de las olas mece la luna y el infinito
Una noche más, mágica y estrellada
Incesante erótica emitiendo un arrullo que penetra en los oídos
Permanente en cada trocito de la piel, perdurable en la respiración
Bañando mi ser, colmando mi paz
Regocijo que Dios crea a mi lado ahora
Agradeciendo la historia, el ser y la existencia
Brazos de amor rodean mi cuerpo”
… torna cálida con destellos dedicados al amor, ése, el que persigue mis días. El faro intermitente me ayuda a pensar escribiendo y también las caricias de Neptuno, de su lomo cerca de mi pie.
Una vez más, ella está en mi pensamiento…
Aire que respira la luna embelesada por las amapolas rojas intensas
Viviendo profundamente el calor que desborda la ternura infinita
Nada se iguala en el universo con esta torre, la más alta que asciende al cielo
Palpando lo imposible, bebiendo el mar, tocando la noche, abrazando el día
Melodía de cariño, rincones de afecto bañados de pasión
Dulzura que crece y camina infinita, devoción a las miradas y al querer
No existe estrella más inmensa que se incline con certera voluntad
Por los gritos que rodean las gotas derramadas de este amor, amor vivo”
…, llevo diez días aquí y ya tengo suficiente material para entregar a De Grät y también mi alma limpia para luchar por ella, no me voy a dejar vencer por el destino, lucharé con cada rayo de luz de mi alma como la ráfaga de cada emisión del faro que llega muy lejos recorriendo el horizonte.
Mañana volverá la balandra con más suministro, pero no volverá vacía; navegará a la ciudad de nuevo, esta vez con Neptuno, mis letras y mi espíritu, pero ahora renovado y libre por fin…

Rubén Rey Menéndez

4 de enero- Al fin algo con que distraerme. No se trata de gran cosa, tan sólo unas nubes lejanas entrevistas con el telescopio. A pesar de que mi condición natural no es especialmente propensa a estos juegos infantiles, he pasado gran parte del día buscando formas reconocibles. La imaginación, además de este perro, es lo que me mantiene unido a la cordura.
5 de enero- Las nubes que ayer me acompañaban, se encuentran hoy terriblemente cerca. Ya no se distinguen formas, pues se han convertido en una masa compacta y amenazante. He recorrido el faro de nuevo buscando el lugar más seguro donde protegerme en caso de necesidad. Es cuestión conocida que los animales poseen una especie de instinto ante el peligro. Pues bien, el perro ha escogido para dormir un pequeño recoveco cerca de la parte alta, donde, llegado el momento, me refugiaré.
7 de enero- Han pasado dos días desde que escribí en este diario por última vez. Estoy seguro que De Grät me dispensará. Sin embargo, esa no es ahora mi principal preocupación... Hace dos noches la tormenta llegó al faro y pude comprobar que lo que decían los marinos era cierto. Las olas sobrepasaron con creces el punto más alto de la torre. Jamás he sentido un temor parecido. Corrí a esconderme al rincón del perro, al que, de inmediato, me abracé. El golpeo del agua contra las paredes fue constante durante toda la noche. Ni que decir tiene que no fui capaz de pegar un ojo. Era como si ese ruido sordo estuviese dentro de mi cabeza. El perro debió sentir algo parecido, pues no dejó de aullar hasta la salida del sol. Con la llegada del día pude comprobar la verdadera dimensión del temporal. Por un momento, llegué a creer que el faro se había desprendido de la base y nos encontrábamos a la deriva. Vomité en repetidas ocasiones. Mi único alimento en todo el día fue un vaso de agua con el que tomé las pastillas que el Doctor V. me recetó antes de salir. Comprobé que la luz aún alumbraba y regresé al rincón. Una vez allí, deseé con todas mis fuerzas que la tormenta acabase antes del anochecer. En mi desesperación, y a pesar de no ser hombre en esencia religioso, recé por que así fuera. Sin embargo, ni siquiera Neptuno pareció escuchar mis oraciones. La noche llegó y con ella el desasosiego. Hay marinos que pierden la razón tras regresar de una tormenta diez veces inferior a ésta. No pretendo exculpar lo que hice, simplemente buscaba una razón para mis actos. El caso es que los aullidos del perro se volvían insoportables, resonaban en mi cabeza junto a las olas... tuve que arrojarlo de mi lado. Nunca, mientras viva, olvidaré esa mirada. A altas horas de la noche escuché el ruido de cristales quebrándose. En ese momento mis fuerzas se agotaron y caí desvanecido. Cuando recuperé la consciencia, ya de mañana, la galerna había pasado. El mar estaba de nuevo en calma y todo volvía a ser como antes. Todo excepto que el perro había desaparecido. Una gran roca había atravesado la cristalera y debió saltar por ahí. O quizá una ola se lo llevó. Lo cierto es que me siento culpable de su desaparición. Lo primero que hice tras ordenar un poco la estancia y arreglar el fanal dañado, fue coger el telescopio y buscar, en vano, su cuerpo en la superficie del mar.
8 de enero- A lo largo de mi vida, siempre he tratado de buscar una razón lógica a todo aquello que me ha acontecido. Sin embargo, he de decir que lo ocurrido la pasada noche ha hecho tambalearse los cimientos mismos de mis convicciones más arraigadas. Decidí, debido en parte a la humedad de la habitación principal, pasar de nuevo la noche en el rincón. Me dormí enseguida, pero ya de madrugada creí sentir los aullidos del perro tan cercanos como si yaciera a mi lado. Tras comprobar que no se trataba de un sueño, lo achaqué al viento. Había clavado una tabla cubriendo el agujero causado por la piedra, pero todavía debía colarse por alguna rendija. Finalmente, al no poder recobrar el sueño, encendí el quinqué. ¡En mala hora! A sólo unos metros, en el umbral de la puerta de la habitación, se encontraba el animal. Tenía la misma mirada de la última vez. Pensará De Grät o quien lea este diario que se trató de mi propia sugestión. Pero si fuera así ¿por qué perseguí a ese perro escaleras abajo hasta que se desvaneció en la oscuridad del sótano? ¿Acaso podría un espectro imaginado jadear como él lo hacía?
9 de enero- Ayer, por fin, comencé mi libro. Creo que únicamente concentrando mis esfuerzos en una actividad concreta, podré mantenerme lúcido. Dentro de cinco días llegará la balandra con las provisiones y en ella abandonaré para siempre este faro. No importa qué puesto me pueda asignar ahora el consejo. He descubierto que nadie se encuentra nunca absolutamente solo. La soledad es un concepto abstracto que no refleja la realidad. Uno siempre lleva consigo sus pensamientos, sus recuerdos... y también sus remordimientos. La noche pasada pude al fin descansar; dormí de un tirón hasta el mediodía.
13 de enero- La profecía de De Grät se ha cumplido. No han transcurrido ni quince días y ya he añorado regresar al seno de la “sociedad”. En este momento, nada me complacería más que la compañía de Orndoff y, sobre todo, su charlatanería... Desde la noche del noveno día, cuando regresó la tormenta, no he dejado de perseguir al perro por todo el faro. Sólo pretendía acabar con esos terribles aullidos. Me encuentro exhausto. No recuerdo la última vez que comí y, por supuesto, he abandonado el libro en el primer capítulo. En cuanto el temporal se calme, y pueda reponer fuerzas, abandonaré este faro a nado. No podría soportar otra noche aquí y la balandra ya ha de encontrarse de camino. He calculado la ruta a seguir y llevo conmigo la brújula. Estoy seguro que en la noche descubriré su luz y entonces sólo tendré que nadar hacia ella.
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Ana María Zarzuelo Álvarez (Ana Zar)

4 de enero- Todo sigue tranquilo. Este es mi destierro, el que yo escogí, para escapar de esta sociedad decadente y corrompida…Mi nobleza fue el sino que marcó mi camino y me llevó hasta aquí. Y hoy estoy solo. Solo, un sonido armónico, que hace que recupere el equilibrio. Como me dijo De Grät, el farero tiene la obligación de escribir el diario de a bordo, y esta tarea me ayudará a que lo malsano que permanece en mí se evapore…Solo no puedo hacer daño a nadie, sólo a mi mismo…
5 de enero- El cielo azul, las gaviotas pescando en el ancho mar, esto es una maravilla de la naturaleza…Un barco se aproximó al faro, pero no paró. Y la luz vigilante, que apacigua al viajero errante sigue alumbrando…
7 de enero- Violencia sólo desencadena violencia…Pero no me quedó más remedio…Era joven, guapo y rico, su padre influyente, pero yo lo era más. La razón era mía. No se debe desvelar los principios de la “Gran Unida”…Era noble, como yo, pero novicio. Lo maté por divulgar nuestro secreto de la logia. Fue un acto de defensa que no es cuestionable. Pero hoy estoy aquí. Más me hubiera valido matar a esos harapientos irlandeses cuando se apoderaron de mi casa; estaba deshabitada, pero era mía…Eso hubiera sido un acto de honra, defensa de mis dominios…Fui juzgado por un tribunal de justicia especial. Y eso que había aportado anteriormente dinero a la leva para ayuda del ejército. Fui castigado a pesar de mi linaje de sangre, pero escogí este destierro, lejos de esta sociedad resquebrajada.
10 de enero- La niebla cae como un telón de fondo. No distingo nada, ni la separación entre el mar y el cielo. Constancia, tengo que escribir. No me queda otro remedio. Además, es una terapia que descarga toda la negatividad que hay en mí, el deseo de venganza contra esta sociedad resquebrajada, la furia por lo que me deparó el destino…Tengo que escribir…hasta que venga el perro, buscando mi compañía, y sacándome de mi abstracción debajo de la lámpara de aceite…
12 de enero- ¿Cuántos días puede durar esto? Espero ver pronto el sol, o una nube, algo diferente de esta densa atmósfera que contamina el espíritu…Aunque sea un sol abrasador que funda esta torre del averno…
14 de enero- La niebla sigue…Oigo ecos de esta soledad. ¿Podéis comprender? Es la única manera de romper el silencio, agudizar el oído, para percibir sonidos aunque no sean reales. ¿O lo son? Igual fue lo que escuchó el anterior farero, y por eso perdió la razón. ¿También me pasará lo mismo?
15 de enero- La niebla se ha disipado como por arte de magia. Unas nubes negras amenazan el cielo, y el viento castiga el faro.
18 de enero- Ayer de noche no pude dormir. Esta vez no fue motivo el habitual insomnio. Los elementos enfurecidos fustigaban sin tregua el minúsculo faro, olvidado de la mano de Dios, en medio del mar. Los relámpagos alumbraban más que el extenuado foco vigilante de 24 velas. Los truenos retumbaban hasta el interior de mi cerebro. El perro lloraba a mi lado. Estaba solo con esta única compañía, y lo abracé fuertemente infundiéndole confianza, mientras en mi interior el miedo iba calando profusamente.
Por la mañana la tormenta seguía flagelando este refugio aislado….
25 de enero- Han pasado más de tres semanas desde mi llegada al faro Eddystone. Los víveres empiezan a escasear, y la balandra que tiene que traer el avituallamiento cada quince días, no regresará hasta que el tiempo mejore. Y yo no puedo ni pescar…
27 de enero- El ulular de la tormenta penetra en mi aletargado cerebro. Solo, estaba solo. Pero ahora ésta viene como un fantasma del pasado disfrazado de locura…y el miedo escala esta torre infernal, sumergiéndola en medio del mar. Estoy a pocas millas de la costa, pero solo, con mi miedo, y nadie viene a auxiliarme. Parece una venganza de Dios, o del demonio. Estoy en el purgatorio, con toda la furia azotando este indefenso faro. No creo que sus cimientos aguanten tantos embates…Y el dolor del estómago que pide su ración…
28 de enero- Es la mayor tormenta que he visto. Parece que la columna no va a soportar tantas embestidas. Las olas cubren el faro, y hasta oigo como se resquebraja. ¿O será el miedo? Cuando se incendió el faro una vez, tardaron 10 días en venir a rescatar al farero ¿Me pasará lo mismo? Tengo hambre, sed y miedo… ¿Cuándo vendrán a rescatarme?
30 de enero- Me quedé sin comida...No puedo morir de hambre…Sólo estamos mi perro y yo, en medio de la nada, donde la moral y la razón se pelean constantemente.
image 1 de febrero- Es un infierno mi vida…no me ha quedado más remedio…la razón prevaleció. Yo tenía que subsistir. Me miraba con sus enormes ojos…pero era él o yo. Ahora acostado pienso que hice lo que tenía que hacer. Lo volvería hacer. Vosotros cuando lo leáis lo comprenderéis.
2 de febrero- No tengo miedo a la muerte, sólo al castigo divino. Oigo el rugido de esta naturaleza salvaje, que golpea sin contemplaciones mi escuálida morada. ¿Dios, me quiere castigar?
3 de febrero- Esta situación parece no querer acabar. Mi mano tiembla, y oigo el aullar del perro…pero esto no es posible. ¿O está todo en mi cabeza? ya hace dos días que acabé toda la comida, o mejor dicho mi mascota, la que me quiso más que ninguna persona, y me alimentó hasta después de muerto. Ya no me queda agua potable. Estoy solo y abandonado de la mano del destino, rodeado de abundante agua sin poder olerla ni beberla.
4 de febrero- Ya no oigo la furia de la tormenta…Me he asomado fuera y el día está tranquilo. Con el telescopio miré a ver si llegaba algún barco…pero nadie asoma…
Ya no quiero seguir escribiendo. Mi mano no me deja. Sólo me queda una solución para justificarme ante de Grät…
Mi mano tiembla terriblemente. Tengo que hacerlo...Comenzaré con los dedos que sujetan la pluma…No hay delito…la razón volverá a prevalecer.
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