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48 CANDELAS
Esta colección de relatos tiene un tronco común:
El diario que un farero inició con fecha uno de enero de mil setecientos noventa y seis y dejó de escribir al cabo de cuatro días. Edgar Allan Poe creó este personaje. O, tal vez, visualizó esas páginas en otra realidad y las materializó para nosotros.
¿Por qué las anotaciones en su diario terminaron de una forma tan inesperada?
Más de cuarenta narradores, en respuesta a la propuesta del escritor asturiano Fernando Menéndez, se han unido para conseguir la hazaña de multiplicar faros y torreros, creando un caleidoscopio de soluciones con olor a salitre, salpicadas por las olas, hechizantes y misteriosas.
Aquí están sus textos, sincero homenaje a Edgar Allan Poe y a la labor de todas aquellas personas que han diseñado, construido y mantenido los faros para que su luminaria sea, desde hace siglos, guía en la oscuridad y su sonido, la voz del hombre en medio del vasto mar.
Los cuentos están ordenados según su número de palabras para dibujar un faro: liviano arriba, sólido en su base.
El título hace referencia a la unidad de medida de la intensidad de los faros, la candela. Cuarenta y ocho- número simbólico por excelencia- enumera el total de los relatos: Un original pastiche y los 47 relatos que forman la colección.
Esperamos que esta obra sea de su agrado.
Nota
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FRAGMENTOS DE LOS RELATOS
Carmen G. Saavedra
Noelia Palacio Incera
Blanca Areces Sánchez
Tere Fuertes Fernández
María Suárez López
Concha Torre Bayón
Mª Luz Fernández Llames
Pepa Rubio Bardón
Luis Parreño Gutiérrez
Manuel Ángel Ortiz
Luis Miguel González García
Matías Ortega Carmona
Manuel Ángel Ortiz Martínez
Guillermina Castañón Escalada
Matilde Ramírez Aranda
Juan López Trujillo
Mª del Mar Cueto Aller
María Jesús López López
Ángela Martínez Duce
María Jesús Rodríguez López
Al caer la tarde me retiré disgustado hacia el interior. Las corrientes parecían dispuestas a arrojarme por la barandilla. Incluso hubo un instante que... Pero no, eso es imposible. En los 6 días que llevo en el faro he tenido ocasión de comprobar, en repetidas ocasiones, la soledad de estos muros.
Aunque...
Ana María Zarzuelo Álvarez
Rubén Rey Menéndez
Carmen Salgado Romera
No nos fue difícil engañarles, ¿verdad hermano? Llevábamos meses preparándolo todo, casi sin necesidad de hablar. Yo sentía tu amor por ella. Tú, mi amor por la libertad. Cuando crecimos juntos en el vientre de nuestra madre, Dios al modelar nuestro sexo confundió nuestros cuerpos. Yo debí nacer hombre y tú mujer. O los dos hombres, pero tú no tan sensible, tan frágil. A tu lado cualquier mujer, nuestra madre, tu amada, mis amantes, parecían bastas, poco delineadas, embrutecidas por la vida, asfixiadas por su olor a cosmético, a mentira, a fraude.
Ana Alonso Cabrera
Mª Evelia San Juan Aguado
Matilde Ramírez Aranda
Alberto Fernández Díaz
Mª del Carmen Salgado Romera (Mara)
Mª Esther Bravo Pobes
Cecilio Soto Palomo
José Julio Cueto Lozano
Mª Jesús Rodríguez López
Jaime del Egido Mayo
Mar Cueto Aller
Mª Ignacia Caso de los Cobos Galán
José Julio Cueto Lozano
Ana Alonso Cabrera
He pensado mucho sobre el hombre que aquí debería habitar, y no logro comprender dónde puede estar. Que hubiera sufrido un accidente, fue un pensamiento de los primeros que tuve, así pues, recorrí los alrededores, con Neptuno pegado a mis pasos, buscándole. No vi indicio alguno, aunque confieso que no sabía bien qué buscar, pero concluí que no estaba por los lugares que investigué, circundando el faro, ni vivo ni muerto. Muerto. ¿Sería posible que estuviera muerto? Y en ese caso… ¿qué o quién habría causado su muerte? Me sentí inquieta por este pensamiento, pero como sucede siempre en la vida, la rutina se impuso y casi he olvidado que me encuentro en un faro, en compañía de un perro y suplantando a la persona que debería estar aquí.
Mª Jesús López López
Mª Evelia San Juan Aguado
Alejandro Alonso Cabrera (Jany)
Alejandro Alonso Cabrera (Jany)
Jesús Salgado Romera
Mª Carmen Martínez Rodríguez
Jesús Salgado Romera
Enrique Tejón Fernández
Me ha ocurrido algo terrible. Bajé a dar una vuelta por el islote y cuando volví el faro no estaba. Cogí una de las piedras del lugar sobre el que estaba construido y se la di a oler al perro. Echó a correr; le seguí. Se detuvo y escarbó como un poseso. Respiré aliviado, pues me avergonzaría mucho ser el único farero que pierde el faro. Pero el perro cogió la piedra que le diera a oler y la enterró; se sentó con la lengua fuera y me miró orgulloso. Creo que he sido muy brusco al decirle que era un perro muy malo. Después de todo, al darme la vuelta tenía ante mí dos faros.
Mª Carmen Salgado Romera (Mara)
Cecilio Soto Palomo
Unas veces se adelantaba unos metros y otras caminaba tras de mí, sin ningún signo de alerta.
¿Por qué no ha detectado la presencia del extraño?
¿Tal vez el intruso mediante alguna sustancia anula el sentido del olfato de Neptuno?
¿O es que realmente lo tiene atrofiado?
Hemos circundado gran parte del islote desde donde lo permite el nivel del agua, sin ningún resultado.He descubierto una cueva a dos metros por encima, pero como no he cogido una linterna ni una tea para alumbrar y el pobre Neptuno no puede detectar nada, he dejado la búsqueda para mañana.
Jesús Salgado Romera
1 de enero de l796
Consciente de estar sentada por última vez en mi roca favorita, contemplo el rielar de los rayos de sol sobre las crestas de las pequeñas olas, haciéndolas reverberar como espejos. Memorizo este mar como una estampa de agua. -El mar es algo vivo, “no se puede cruzar dos veces el mismo río”, dice el filósofo Heráclito, y así, hace años que añado imágenes de estas aguas al calidoscopio de mi mente-.
Cuando dentro de tres horas llegue la balandra, Frank, mi padrino y farero titular, firmará el cese en el libro de actas y dejaremos el faro de Farnort para siempre. Ha querido que yo esté presente, como homenaje a tantos días como le he acompañado en el faro y, supongo, para ayudarle a mitigar su pena.
La entrega del puesto será para “el conde farero” nombre irónico con que en el pueblo designan al noble que ocupará su lugar.
Cierto es que mi padrino había pedido el relevo; tras dieciséis años de servicio sus articulaciones se resienten por la humedad –este invierno las escaleras le han supuesto un reto- y su vista ya no es tan aguda. Ha decidido retirarse a vivir a la pequeña finca de sus difuntos padres, a seis millas del pueblo. -¿Y yo?- Aunque nos duela, seguiré como criada de la casa parroquial, pues no es propio que una huérfana conviva con un hombre con el que le une el somero lazo del apadrinamiento.
Cuando Frank se planteó su retiro, ofreció al Consejo Portuario el nombre de una persona dispuesta a relevarle: un joven sobrino que hace años marchó a la otra punta del país para hacer fortuna, no yéndole tan próspero como esperaba; trabaja actualmente con un cantero, y su intención es regresar y establecerse en el pueblo. El puesto de farero, que tiene gastos de alimentación pagados y buena remuneración, le interesó, y el Consejo dio su visto bueno. Tardaría algunas semanas en poder dejar su trabajo y atravesar el país, mas no había prisa.
Matilde Ramírez Aranda
Siento curiosidad, oigo ruidos. Las tablas que el tiempo resecó, crujen de forma aleatoria en torno a nosotros, y bien digo, nosotros, porque Neptuno no se separa de mi lado y gira la mirada, como yo, hacia los orígenes distintos de los inquietantes sonidos. Desde que la mar está en calma aumenta mi agitación, oigo con claridad quejarse a la madera del piso superior o de los peldaños de la escalera.
5 de enero
Rondaba mi cabeza la historia que me había contado De Grät. En tiempos había tres hombres para atender el faro, fueron relevados por un solo hombre, que mantuvo, él solo, el faro en perfecto funcionamiento y al que encontraron muerto en uno de los viajes de abastecimiento de la balandra. Sorprendentemente, el faro no delató en ningún momento la falta de atención, ni siquiera después de encontrar el cadáver, y el cuerpo se halló aseado y perfectamente amortajado, como para unos funerales de lujo. La trascendencia de este dato ayudó a que me dieran el puesto, encontraron pocos voluntarios. Lo consideré un cuento popular, creencias de incultos que solo sirven para asustar a los niños. Ahora, sin embargo, pienso en ello.
6 de Enero
La calma me está volviendo loco. A los dos, a mí y a Neptuno. El clamoroso silencio agudiza nuestro sentido del oído, y al parloteo entre las maderas se ha unido un rumor a telas almidonadas, casi imperceptible, sólo a ratos. He examinado cuidadosamente todas las ventanas. No hay una sola cortina, pero aunque las hubiera no hay viento. Me queda por mirar la planta sumergida, esa que me he negado a visitar por temor a que la presión del mar y la humedad que empapa las paredes hagan ceder los muros. Esa que me hace pensar que puedo quedar allí, atrapado por los pedazos del coloso erguido sobre las aguas el día que estas se enfaden. Hoy reuniré fuerzas. No creo en los fantasmas... y el mar sigue en calma.
Enrique Tejón Fernández
4 de enero
Hoy he sido atacado por piratas, pero no eran buenos piratas. En realidad no llegaron a atacar. Por casualidad me asomé a la ventana justo cuando estaban desplegándose por el islote, rodeando el faro. Como todos llevaban la espada en la mano, supuse que no traían buenas intenciones. Entonces hice lo que cualquiera haría: les grité: “¡Ríndanse, los tengo rodeados!”. Tiraron las espadas y se rindieron sin condiciones. Como no quería hacer prisioneros, les insinué que a lo mejor podían escapar. El jefe llamó a la puerta. Cincuenta metros más arriba mi fino oído oyó los golpes. Bajé y abrí. Me dijo: “¿Cómo vamos a escapar si nos tiene rodeados?”. “Cerraré los ojos; contaré hasta diez”. “Veinte”. “Veinticinco”. “Quince”. “Diez”. “Usted gana”. “Bien, empezamos”. Cantaban mientras se iban.
5 de enero
La niebla es tan espesa que al abrir la puerta ha caído dentro un trozo sobre mis pies; no he podido verlos hasta que salió el sol.
6 de enero
Me ha ocurrido algo terrible. Bajé a dar una vuelta por el islote y cuando volví el faro no estaba. Cogí una de las piedras del lugar sobre el que estaba construido y se la di a oler al perro. Echó a correr; le seguí. Se detuvo y escarbó como un poseso. Respiré aliviado, pues me avergonzaría mucho ser el único farero que pierde el faro. Pero el perro cogió la piedra que le diera a oler y la enterró; se sentó con la lengua fuera y me miró orgulloso. Creo que he sido muy brusco al decirle que era un perro muy malo. Después de todo, al darme la vuelta tenía ante mí dos faros.
Mª Jesús Rodríguez López
La quietud de las mañanas en el faro me asombra. El rumor lejano de las olas, las miradas silenciosas de Neptuno. Ni el viento ni los pájaros se atreven a quebrar este silencio encantado.
Mis propios pasos dentro del faro parecen desprenderse de su eco y semejan susurros.
Cuando la mañana envejece se lleva consigo este sosiego y Neptuno responde con tres ladridos. Los sonidos se recobran de golpe: el viento sibilante corre por encima de las olas rompientes y los pájaros lo acompañan con una algarabía de trinos.
Neptuno y yo bajamos del fanal y, algunas tardes de bajamar, salimos a recorrer las pocas rocas que circundan el faro. Recojo algunas algas, pequeños moluscos o piedras y las arrojo para que Neptuno vaya a recogerlas. Pero Neptuno las mira distraídamente y luego se sienta, frente a mí. Me sostiene la mirada. En ocasiones me inquieta su insistencia.
* * * * *
Al atardecer subí de nuevo al fanal. Neptuno y yo nos sentamos a contemplar el ocaso. La tarde moría y algunas estrellas comenzaron a titilar tímidamente. El sol se ocultaba detrás del horizonte marino; refulgió desafiante, por última vez aquel día, tiñendo el cielo de sangre.
Desvié la mirada hacia Neptuno. Sus ojos me observaban con severidad. Por un momento, pensé: “Lo sabe”, y mi respiración se entrecortó. Pero al segundo Neptuno volvió a ser el mismo de siempre y recostó su cabeza junto a mis pies.
Manuel Ángel Ortiz Martínez
Sigo aquí sentada, mirando el horizonte. No necesito nada más. Llevo tres días en este faro y la soledad se apodera de todo. Hasta el aire huele a soledad.
5 de enero
Hoy se ha encaprichado el día en amanecer con sol. A mí me encanta y deseo que la mayor parte del tiempo sea así. Incluso hasta las gaviotas parecen alegrase. Vienen aquí, al fanal, donde paso la mayor parte del tiempo. Me dedico a leer y a contemplar el mar. Siempre está jugando con sus idas y venidas. A veces las olas parecen acariciar el faro y otras se baten con furia sobre los muros. He observado una lucha frenesí entre ellas por la posesión del faro. Pero no siempre es así.
6 de enero
Estoy cumpliendo las órdenes de De Grät. No me es difícil llevar el diario y tiempo para escribir en él no me falta. Aquí las horas parecen inmóviles. El tiempo pasa con una cadencia parsimoniosa. El ritmo del aire, incluso, es lento. No hay nada nuevo que añadir a este diario salvo que los días se repiten y encadenan monótonamente.
7 de enero
De Grät no confiaba en mí, en una mujer, en que pudiera hacerme cargo de este trabajo. Nada más lejos su equivocación. ¡Estos hombres! Si él supiera que justamente lo que quería era alejarme de ellos...
Aquí, recluida voluntariamente en este faro, soy feliz. Aquí no dependo de los caprichos de nadie y soy realmente dueña de mí.
Ana Alonso Cabrera
Mi nombre es Theresa. He llegado a este faro hace unos cuantos días, el día 4 de Enero a última hora de la tarde, para más exactitud, cuando faltaban apenas un par de horas para la puesta de sol. Al entrar encontré una acogedora estancia, alumbrada cálidamente con luces de aceite, un pequeño fuego ardía en la chimenea y un perro dormitaba tranquilo sobre una pequeña alfombra cerca de la lumbre. Deduzco por la lectura de las anteriores anotaciones de este diario que este enorme perro, cariñoso y dormilón es Neptuno.
Me extrañé cuando, al entrar en la estancia, Neptuno no hizo ademán alguno de despertarse, y mucho menos ladrar o gruñirme. Unos instantes después de quedarme paralizada a la entrada, abrió los ojos y bostezó con su enorme boca para, con un gemido, cambiar de posición, acurrucarse un poco más y seguir durmiendo.
Confieso que estoy muy intrigada y asustada, pues ignoro el paradero del farero y no comprendo la actitud de este perro, que no ha dado señales de alarma y además me demuestra un afecto que me emociona. Ahora mismo está sentado a mis pies, y su cabeza reposa en mi regazo.
Lo primero que hice al llegar fue recorrer todas las estancias del faro, temerosa de encontrarme a cada paso al hombre encargado de iluminar la noche y el día a los muchos barcos que van y vienen por el océano inmenso. En mi deambular imaginaba a cada paso la aparición de un desagradable, feo, gordo y malhumorado farero que me echaría sin compasión y sin posibilidad de explicación alguna por mi parte. Pero no fue así y todo lo que encontré fueron las estancias vacías.
Mª Jesús Rodríguez López
Me desperté con los primeros rayos de luz de la madrugada. El sol me hacía un guiño desde la línea del horizonte mientras se iba desprendiendo de su reflejo marino. Con el mar en calma, oteé con el telescopio en todas direcciones, pero comprobé aliviada que no se podía divisar tierra por ningún sitio. En realidad, no podía divisar <<nada>>; <<nada>> más que cielo y agua, pero, ¿no había sido ésa mi intención desde un principio?
Mirando hacia abajo, hacia el abismo marino, el azul se oscurecía y se enfriaba y era imposible distinguir nada más que vacío. Por encima de ese vacío, se erigía el faro, sobre unos pocos metros de tierra y rocas. ¿Eran realmente rocas? Creí distinguir un remolino bajo el agua, algo serpenteaba en el fondo del mar... Pero no, era sólo un pez escurridizo que no pude llegar a distinguir bien.
El día transcurrió sin ninguna novedad. Neptuno jugaba en las escaleras con una pequeña pelota de goma: la empujaba con el hocico desde el escalón superior y seguía su descenso hasta la base del faro. Mientras tanto, yo me entretenía oteando con el telescopio el horizonte marino, hacia todas direcciones; pero el mar estaba en calma y el cielo despejado; sé que su llegada será anunciada por el viento.
Mª Jesús López López
Contemplo el vuelo de las gaviotas, ágil, rápido; se lanzan sobre su presa y retoman el vuelo, las alas extendidas y el botín en su pico curvo.
Por el momento, trato de disfrutar de esta soledad en esta mar azul que se mantiene en calma, aunque me siento algo abandonada en este solitario faro blanco donde pasaremos el resto de nuestras vidas.
El viaje fue agitado pero, tal como habíamos acordado, no hablé para que mi voz no me denunciara.
14 de enero
Esta noche llovió copiosamente; sentía el golpeteo de la lluvia en el fanal, pero la mañana amaneció despejada y un arco iris adornaba el cielo reflejándose sobre las aguas.
Neptuno y yo ya nos hemos hecho buenos amigos. Todos lo días bajamos la escalerilla de hierro hasta el rompiente. La flora y fauna marinas son aquí muy abundantes. Todavía no domino el arte de la pesca, pero sí la recogida de cangrejos y lapas. Cuando está bajando la marea, desprendo las lapas con un rápido movimiento de mi dedo pulgar y atrapo los cangrejos inmovilizándolos con el dedo corazón y agarrándolos entre el pulgar y el índice. Neptuno corre tras ellos y ladra desconsolado, pero parece olvidarlo una y otra vez. Corretea trayéndome algas y yo le lanzo restos que recojo de algún naufragio.
Sería muy agradable dormir en el fanal con la visión de la belleza del mar, pero quizás las luces terminarían por romper mi equilibrio mental, como ocurrió con el desgraciado farero que me precedió en el puesto.
Mª Evelia San Juan Aguado
En las cercanías del faro las olas bravías y seguidas se encrespaban cada vez con mayor fuerza y altura, provocando su invisibilidad. Los hombres luchaban codo con codo azotados por la lluvia y el viento que amenazaba con arrancarlos de cuajo de la cubierta. Los relámpagos y truenos casi seguidos producían espanto en ellas, que observaban desde la bodega aquella lucha desigual, sin saber cómo ayudar desde su confinamiento. Aunque era poco más de mediodía, la oscuridad se había enseñoreado de todo.
Poco después, un rayo fue a parar al palo mayor y provocó su ruptura, tras la cual cayó con estrépito y alcanzó a dos personas. Pronto la nave quedó a merced de las furias y acabó rota por el choque contra una enorme roca oculta bajo la crecida. El hundimiento se produjo en pocos minutos. Los gritos y peticiones de auxilio apenas se oían, ahogados en el fragor de los truenos. Las escasas personas que salieron a flote se agarraban histéricas a las pocas tablas que quedaban flotando, subían y bajaban como cometas y al poco desaparecían engullidas al fallarles las fuerzas.