48 CANDELAS

Esta colección de relatos tiene un tronco común:

El diario que un farero inició con fecha uno de enero de mil setecientos noventa y seis y dejó de escribir al cabo de cuatro días. Edgar Allan Poe creó este personaje. O, tal vez, visualizó esas páginas en otra realidad y las materializó para nosotros.

¿Por qué las anotaciones en su diario terminaron de una forma tan inesperada?

(VER CUENTO DE E. A. POE)

Más de cuarenta narradores, en respuesta a la propuesta del escritor asturiano Fernando Menéndez, se han unido para conseguir la hazaña de multiplicar faros y torreros, creando un caleidoscopio de soluciones con olor a salitre, salpicadas por las olas, hechizantes y misteriosas.

Aquí están sus textos, sincero homenaje a Edgar Allan Poe y a la labor de todas aquellas personas que han diseñado, construido y mantenido los faros para que su luminaria sea, desde hace siglos, guía en la oscuridad y su sonido, la voz del hombre en medio del vasto mar.

Los cuentos están ordenados según su número de palabras para dibujar un faro: liviano arriba, sólido en su base.

El título hace referencia a la unidad de medida de la intensidad de los faros, la candela. Cuarenta y ocho- número simbólico por excelencia- enumera el total de los relatos: Un original pastiche y los 47 relatos que forman la colección.

Esperamos que esta obra sea de su agrado.


Mª Carmen Martínez Rodríguez

4º de enero de 1796
image El día ha amanecido con una luminosidad hiriente. Como si el dios Helios embutido
en su traje de Coloso hubiera venido con el amanecer a saludar a su compañero de piedra.
Un cielo azul, límpido, sin mácula de nubarrones que lo ensombrecieran, me ha acompañado a lo largo del paseo matinal.
Aunque desayuno frugalmente, prefiero caminar y atender el faro antes de cumplir con mi estómago. Nada me satisface más que leer tranquilamente una vez degustadas las viandas, porque la mañana es propicia a la reflexión.
Estoy releyendo un libro que me apasiona: “Cartas Persas”, de mi paisano Charles Louis de Secondat, Señor de la Brede y Barón de Montesquieu.
La ironía del trío persa, Uzbek, Rica y Redi, y su mirada crítica hacia la cultura occidental supusieron una cura de humildad para este noble francés que ahora pasa sus días arropado por la soledad del mar.
Me hubiera gustado ser protagonista de su periplo viajero: desde la corte de Isfahán hasta Francia, pasando por Turquía, Armenia e Italia.
Fue mi padre quien me descubrió la obra de este, como él, ilustre miembro de la nobleza de toga. Estaba entre los pocos libros que mi progenitor pudo llevar en nuestro viaje migratorio hacia Inglaterra, en 1786. Los levantamientos populares que provocó la carestía de alimentos le llevaron a la conclusión que a la Francia de Luis XVI le acechaban funestos presagios. El, al fin y al cabo, era un burgués seguidor de las modernas teorías políticas; pero su esposa, su querida Celine, fue nacida en la más rancia nobleza de cuna, y para ellos se avecinaban tiempos de incertidumbre y miedo. Él sospechaba que el fuego sería avivado por los suyos: una burguesía sobrada de dinero y ansiosa de poder. Y decidió que era mejor buscar la seguridad para su familia y no jugar con los naipes del destino.
Volviendo a la epístola, aunque mi vida es limitada y no conoceré ni puedo predecir con certeza el futuro, creo que nunca pasará de moda; por eso los prebostes de la Religión, y su funesta inclinación a mantener en la ignorancia a los hombres haciendo prevaler la fe sobre la para ellos abyecta razón, lo incluyeron en la relación de libros prohibidos.
Hoy me he detenido en la CARTA LXXXV –
“Confieso que están llenas las historias de guerras de religión; pero mirándolo bien, no ha sido la muchedumbre de religiones la que estas guerras ha ocasionado, sino el espíritu de intolerancia que animaba la que se creía dominante”.
Y en la CARTA CXIX –
“...los países mahometanos cada día están más yermos por consecuencia de una opinión que, puesto que en sí sea santísima, no deja de acarrear perniciosísimos efectos cuando se arraiga en los ánimos; y es ésta, que nos contemplamos como unos peregrinos que deben siempre tener puestas sus miras en otra patria, y así nos parecen locura las útiles y duraderas tareas [...] y satisfechos con lo presente, sin curarnos de lo venidero, no nos cuidamos ni de reparar los públicos edificios, ni de desmontar las tierras eriales, ni de cultivar las que están en estado de remunerar nuestras labores; … lo fiamos todo a la voluntad de la providencia”.  
Y  en la CARTA CXXX, donde el barón aprovecha, por boca de sus personajes, para criticar a los que él llama literariamente “noveleros”. Comentaristas políticos que se vanaglorian de conocer los entresijos de la política y sus protagonistas y que si por algo se caracterizan es por la puerilidad de sus análisis; siempre dispuestos a orientarse hacia el sol que más les calienta:
“Estos son los miembros más inútiles del estado, y cincuenta años de sus habladurías han producido el mismo efecto que hubiera resultado de cincuenta de silencio”.
He finalizado la mañana con una sonrisa, la que siempre me provoca la lectura de la CARTA CXIV – Yo, en mis años mozos mujeriego y poligámico no declarado, encontré en las razones de esta carta las ventajas de las sociedades monógamas:
“...obligadas nuestras mujeres a una castidad forzosa, necesitan hombres que las guarden, que no pueden ser otros que eunucos... ¡Qué pérdida para la sociedad…! Así ocupa un hombre solo en sus gustos tantas personas de uno y otro sexo que las priva de la vida útil al Estado y las hace incapaces de propagar la especie”.
Libro corto pero intenso, no muy del agrado de mi querido De Grät -¿quiénes se creen los orientales para venir a darnos lecciones?- que, dejándose llevar por la ceguera que produce la defensa a ultranza de la cultura propia, no se ha percatado de que el libro es producto de las reflexiones de un francés en la piel de un persa. Imagino su agrio gesto cuando lea este párrafo, y los siguientes, porque en honor al ingenioso escritor, a partir de este día, los meses los citaré con la denominación persa. Juro que no hay mala fe en ello, ni intenciones de irritar aún más a De y su fervor por el calendario gregoriano; sólo que como no sé hasta cuándo me acompañará la vida, quiero darme el gusto de nombrarlos todos de seguido. Para que no se ofenda excesivamente, los pondré en paralelo.
Aquí quedan: Zilcadé - Enero; Zilhagé - Febrero; Maharram - Marzo; Safar - Abril; Rebiab 1 - Mayo; Rebiab 2 - Junio; Gemadi 1 - Julio; Gemadi 2 - Agosto; Rhegeb - Septiembre; Chabán - Octubre; Rahmazán - Noviembre; Chalval - Diciembre.
El resto del día no ha tenido nada especial a destacar. Mi obligatorio baño de sal; una tarde de duermevela y las consabidas comidas, que realizo dejándome llevar por el apetito, ya que mi reloj ha decidido abandonarme pasando a mejor vida.
10 de Zilcadé - Enero de 1796
Llevo días sin coger la pluma. Lo hago hoy, día 10; cifra formada por un número que resulta de unir el uno y el cero. El uno es el principio y yo sé cuál ha sido mi origen y cómo ha transcurrido mi vida hasta ahora, pero ¿cuáles serán las vivencias intermedias que conformarán mi historia? ¿Cómo será el fin que sellará mi página vital? ¿La decisión que he tomado me ayudará en mi búsqueda de la perfección como ser humano?
¿Por qué diserto sobre el diez cuando mi número fetiche es el nueve? La suma de la triada de los mundos. Dos visibles, la tierra y el cielo; uno desconocido, el infierno. Yo convivo con mi propio averno y para no hundirme en la locura me dejo acunar, en los momentos de angustia, por las nueve musas. ¿Acaso encontraré la paz después de transitar por los nueve caminos requeridos para alcanzar la perfección y cerrar el círculo?
Sirva esta divagación para poner algo de interés a unos días de pura rutina doméstica. Me he dedicado a adecentar el cuarto que servirá de comedor y dormitorio y a convencerme a mí mismo, lo he conseguido, de que el faro no oscila y que, aunque Eolo librara de sus grilletes a los furiosos vientos, nada podría con las ensambladas piedras cimentadas en la roca.
También me he replanteado la altura que inicialmente le asigné al faro. Es más espigado de lo que creía. Sus casi trescientos escalones me indican que la altura puede rondar los 60 metros; sin contar el foso.
Ya pasaron los tiempos de los faros de madera y carbón, que requerían un esfuerzo titánico para su mantenimiento; y el de los faros de aceite, que tiznaban los cristales e impedían la adecuada protección de los barcos.
Afortunadamente para los fareros, y para los árboles y las ballenas, Teulere reemplazó las hogueras y las linternas de vidrio por lámparas de reflectores parabólicos. Yo he bautizado a la mía con el siguiente alias: “El ojo del ángel guardián”.
Como antes apuntaba, estos días he estado enfrascado en la limpieza de mi habitáculo y en la posterior ubicación de mis escasos enseres. La ambición me ha abandonado y ahora no necesito sentirme rodeado de lujos para ser feliz; vivir con lo básico no requiere de grandes refinamientos. Me he procurado una vajilla de madera, que me han asegurado que es eterna; unos vasos de terracota y unas cazuelas de cobre. Eso me basta para llenar la minúscula alacena que pende de la pared. En cuanto al ajuar, también exiguo: tres toallas de lino, una manta y un cobertor de plumas de ganso. Mis vestiduras son las adecuadas para el lugar que habito y la función que desempeño; de abrigo para el invierno y ligeras para el estío. Convertir el faro en un hogar, depende de mí. Será difícil, porque este pétreo enclave carece de lo que más añoro: mi jardín; su paleta de colores y sus exuberantes aromas.
He buscado conscientemente la soledad, pero no quiero que el estar a solas conmigo me llegue a abrumar; por eso he decidido que presida la estancia un cuadro con una escena de conversación. Los personajes representados no son familiares ni amigos, porque no quiero verme reflejado en mi pasado y añorar lo perdido. Con expresión feliz, conversan bajo el follaje protector de un abeto; buscando la armonía. Su energía de grupo contraponiéndose a mi elegida individualidad. ¿Encontraré en ella el equilibrio y la paz interior?
No hay espejos en los que contemplarse.
Me aferro al relicario que pende de mi cuello. Dame tú el sosiego que necesito.
15 de Zilcadé - Enero de 1796
Las jornadas transcurren vagando por el faro. No estoy en mi mejor momento; conozco el territorio palmo a palmo y algún día he deseado que la roca se moviera y el faro flotara, desplazándose hacia la costa. Esta posibilidad me conforta y me sobrecoge: no quiero que nadie me vea. La humedad ha puesto al descubierto las flaquezas de mi esqueleto; me siento cansado y subo irritado las escaleras, protestando como un viejo gruñón. Sólo espero que no sea reuma, hermosa palabra griega que significa agua que discurre y fatal presagio de lo que me espera; por si acaso, en el próximo viaje de la balandra Esperanza a la civilización, le pediré a De Grät que en el futuro incluya entre los víveres un buen manojo de ortigas secas. Mis huesos lo agradecerán.
Ya ansío ver su vela cangreja danzando a sotavento. Hasta que la aviste, pronunciaré palabras al aire esperando que el eco las reproduzca y me las devuelva repetidas. ¿Querrán ellas retornar a quien las pronuncia o buscarán alguien distinto que las escuche?
18 de Zilcadé - Enero de 1796
Llevo días contemplando el cielo nocturno. La noche me arropa y me desazona al mismo tiempo; creo que nunca me ha abandonado el temor a la oscuridad del rechazo. Por eso me aferro a la luminosidad salvadora de las estrellas de Orión y
a la lechosa luz de la Vía Láctea.
Aunque sé que De Grát no lo aprobará, no escribiré cada día en esta especie de memoria temporal de un farero, que desde ahora pasará a llamarse “A días”. Las palabras no fluyen cuando no hay nada que contar; cuando el pasado quiere olvidarse y el futuro está preñado de rutina y soledad.
¿Dónde estarás tú, mi estrella?
3 de Maharram - Marzo de 1796
Mucho tiempo ha transcurrido desde que mis dedos rozaran por última vez este tosco papel.
Hoy me he afeitado la larga y poblada barba y, al verme, Neptuno se ha acercado con cara de pocos amigos. Me ha olisqueado y me ha reconocido enseguida. Estamos solos, no creo que le haya resultado muy difícil la tarea.
Los dos estamos inquietos. De los espectaculares cielos nocturnos; de los días de calma y apatía; de la claridad, hemos pasado a un firmamento oscuro y amenazador. Los monstruos acechan desde la costa y reclaman saciar su voraz apetito. Yo me refugio en el faro, pero el faro es una cárcel que me ahoga. ¿Dónde están los míos de los que renegué en mala hora?
image Hay páginas en blanco, hirientes como cuchillos. No hay palabras porque sus trazos quedaron enterrados bajo los lamentos de los naufragados. En honor a ellos he decidido no volver a compartimentar el tiempo, porque sería poner fecha a mi amargura. He pasado días y días caminando sobre las rocas volcánicas, dejando que el mar bravío lamiera mis heridas; he descubierto que sigo siendo humano porque he padecido con el sufrimiento de los que han venido a mí envueltos en su tumefacta piel. Le he pedido a la mar que me los devolviera y lo ha hecho, ¿compasión o enseñanza? Sólo sé que desde la soledad de mi corazón he añorado a los otros y que he recuperado la sensibilidad que creí perdida.
La luminosidad de su amado faro, que representaba para ellos la fortaleza frente al amenazante océano, no pudo salvarlos de la tormenta y ya no tendrán la posibilidad de volver al calor del llar; a su amada tierra y al cálido abrazo de los seres queridos, que esperaban anhelantes su retorno. Mi imaginación ha pintado escenas de dolor para cada uno; como yo en su día fui el causante del tormento de los míos al negarles que me acompañaran en mi calvario.
Ya nunca estaré solo. Sus familiares no han querido desenterrarles y han permitido que descansen para la eternidad en las entrañas del foso. Acunados por el oleaje al son de acordes marinos. Hasta me han dejado elegir su epitafio Me he alegrado de que entre mis libros hubiera poemarios; me han servido para crear esta humilde composición, que deja entrever mi impotencia ante el colérico piélago:
image BRUMA
“Un viento traidor
les condujo hacia la muerte.
Sin socaire de Poniente,
naufragarían sus cuerpos
a merced de la bravura
del oleaje inclemente.
Y mi alma lacerada,
como vela a la deriva,
sufre por el asedio
de esta duda inquisitiva.
¿Dónde encontrará consuelo
este llanto sin medida;
por los hijos no salvados
y la inocencia perdida?”.
Unos cuentan que fue la visión ebria del tripulante del barco la que le llevó a confundir un faro de peligro con un faro de recalada. Los más propensos a creer en mitos marinos, que confundió las señales de peligro del faro con trovas de sirenas que, camufladas bajo un manto de niebla, le encantaron para arrastrarlo hacia las rocas. ¡Qué más da!; sea cual sea la causa lo que importa es su trágico final.
La resaca marina ha ido depositando los restos del naufragio, que han llegado envueltos en viscosas algas; como si los pecios se negaran a reposar lejos de los últimos moradores del fenecido pesquero de arrastre.
Hoy, al crepúsculo, he llorado. He descubierto que mis lágrimas son salobres y, por primera vez en muchos meses, he canturreado; confiado en el poder sanador del llanto.
Descansen en paz los marineros del “Alborán”.
Una tormenta asesina ofreció su vida al mar.
*********
- Señores, les agradecería que una vez finalizada la visita en esta sala se dirijan conmigo a la salida. Ahora subiremos las escaleras hasta el vértice del torreón. La vista es espectacular, pero aconsejo se abstengan los que padezcan vértigo y los que no se crean con la fortaleza física suficiente para soportar el esfuerzo. Los que inicien la subida y luego se arrepientan, siempre les queda la posibilidad del descenso; más liviano que el ascenso a la cumbre. Steven, puedes ojear los libros del farero mientras esperas.
- Una pregunta Carlee, ¿tanto le marcó el hundimiento al farero que ya no escribió más en el diario?
- El hecho de que haya páginas arrancadas hace pensar que sí, que al menos intentó plasmar sus vivencias, o sus emociones, sobre el papel. Luego os enseñaré algo que…no quiero estropear la sorpresa.
Los que coronaron el último peldaño pudieron leer grabada en un canto rodado, puesto a propósito sobre el alféizar del ventanal, la siguiente leyenda: Sólo serás libre si cicatrizas el alma.
- ¡Ánimo, valientes! ¡Y sujeten las riendas al caballo, que ahora vamos cuesta abajo! ¡Hasta las profundidades!
*********
El camino al foso es angosto y oscuro. Instalados en el hoyo, la guía espera paciente a que Steven acceda al recinto y se acostumbre a la luz amarillenta. El muchacho cojea y su cara de amargura denota que no está pasando por un buen momento. Tal vez por eso Carlee le trata con extrema deferencia.
-La cruz que veis, hecha con restos de maderos, señala el lugar donde probablemente fueron enterrados los marinos Y en esa vitrina, en un astillado cofre de marfil, se encuentra un manuscrito que quiero que nos lea Steven; yo estoy algo ronca y me flaquea la voz.
Carlee gira la llave y extrae los documentos; los abre y enseña a los visitantes el dibujo trazado en uno de ellos. Un hombre, cubierto con una túnica blanca, esconde su rostro entre las palmas mientras, a su alrededor, numerosas manos le ofrecen amparo y protección; como transmitiéndole: –“Queremos padecer contigo”. Al fondo del paisaje, una figura malévola parece regocijarse con su vergüenza.
- Si os preguntara, cada uno daríais una versión de la imagen. Si os parece, vamos a escuchar a Steven y luego me comentáis si era acertada la huella que la ilustración dejó en vuestro corazón. Cuando lo desees, puedes comenzar; afortunadamente para todos la letra del narrador es bastante legible.
“Me nombran Vincent y fui nacido por casualidad en el París de los Borbones, en el año 1763. A los anales de la historia pasará como el tiempo en que se firmó la Paz de París, que puso fin a la Guerra de los Siete Años y por la que los franceses pagamos un precio, la pérdida de colonias a favor de Inglaterra.
El carácter decisivo del azar en el nacimiento de cada hombre me ha hecho creer que todos somos iguales; ni desigualdad de sexos, ni diferencia de razas. Una humanidad universal que les ha sido enajenada a muchos seres por los intereses bastardos de algunos individuos. Y no crean, que este idealismo me ha costado muchos disgustos en el seno de mi propia familia, que recriminaba a mi padre, incluso las mujeres, la influencia nefasta que en mí había tenido la lectura del Nuevo Testamento.
Dicen que nací un día 5 y mi progenitor, auténtico artífice de mis inclinaciones liberales, y estudioso, en privado, del mundo esotérico, de niño me hacía poner los brazos en cruz y abrir las piernas y me llamaba el Pentalfo: -“Tú nunca serás perfecto porque eres un habitante del quinto reino”, decía.
No le faltaba razón y la vida vino a demostrármelo. Porque tenéis que saber que no elegí la soledad del faro porque creyera que vivir solo es algo idílico; mi soledad fue una huída de mí mismo. Creí que desertaba del espanto y de la conmiseración de los otros y no comprendí que estaba condenando a los demás cuando sólo yo debía ser enjuiciado. Sí, debió importarme la opinión de la gente, pero nunca hasta el punto de condicionar a sus opiniones mi existencia.
-“¡Es obra del diablo!”, gemía mi madre. Y sus reiteradas alusiones a Satanás me convertían a mí en un Lucifer enfurecido que, inmisericorde, exacerbaba con sus garras las lesiones de la infección.
Creí perdido el paraíso y me retiré de la vida mundana. Si alguna mujer conversaba conmigo, veía en sus ojos la compasión por las cicatrices de las pústulas y no la admiración por los conocimientos. Si mi familia me atendía solícita, les trataba con brusquedad; para hacerles partícipes de la frustración que sentía. Si Sophie acariciaba mis mejillas, yo repudiaba su cariño, llegando a tratarla con auténtico desprecio. Me sacié en la copa de la amargura y mi orgullo provocó el quebranto de mi madre y su fallecimiento; siento que fui el causante, aunque mi padre trató de convencerme de lo contrario.
Vincent contra la sociedad, hasta que De Grät le ofreció la oportunidad de huir de los que ya no consideraba semejantes.
Aquí he vivido los últimos meses; venciendo, en ocasiones, el tétrico deseo de entregarme al mar. Si no lo hice fue porque no quise que los peces celebraran un festín con mi lisiada figura.
Durante días, seguí analizando las cosas desde la estrechez de la caverna en la que había decidido morar mi lucidez y sólo podían ser como yo las percibía. Aunque no había espejos que reflejaran mi decadencia, mi memoria seguía devolviéndome una y otra vez las imágenes de lo que ayer había sido y de lo que hoy era.
Pero el hombre se encuentra a sí mismo donde menos lo espera; incluso cuando ya ni se busca. La muerte de la tripulación del pesquero encallado frente al velado arrecife fue para mí como una fisura a través de la cual comenzó a filtrarse la luz y la esperanza.
Mi aspecto ya no es el que era, pero poco importa. Durante algún tiempo he creído que la enfermedad era un castigo divino por mi licenciosa existencia, pero ya basta de engaños, Dios no es perfecto, ¿por qué iba a serlo yo; su criatura?
La vida también es vejez, enfermedad, dolor y contratiempos, y debo asumirlo. Si algo he visto en los ojos del único marinero que expiró en mis brazos, ha sido dulzura y agradecimiento porque unas cálidas manos y un rostro amable acogieran su último suspiro. Él no vio en mí al monstruo que yo veía.
Si algo me atormentará a partir de ahora será no ser una persona bondadosa. Eso sí que degrada al ser humano y no la imperfección física. Hoy han sido expelidas por el viento las cenizas de Vincent el egocéntrico.
Tengo conocimiento por De Grät de que Penélope ya no espera a su Ulises; no importa, tampoco éste regresará a Ítaca. Pasaré aquí el tiempo necesario hasta que me releve el nuevo farero y luego partiré. No sé dónde encaminar mis pasos, pero no regresaré a Inglaterra, donde me informan que el médico rural Edward Jenner, el sabio-poeta, iluminado por las palabras de una joven granjera: “Yo no voy a enfermarme nunca de viruela porque estoy vacunada”, está inoculando en personas sanas el pus extraído de los enfermos de viruela boba, con gran éxito.
Aquí lo dejo. Me esperan días de libros y rutina....”
************
- Antes de continuar con la lectura de los textos, agradezco a Steven su magnífica vocalización y aprovecho para informarle que sería un orador excelente. Quiero haceros la observación de que esta interrupción puede obedecer a que Vincent tal vez decidió seguir reflejando lo habitual en su “A veces”; aunque pudo encontrarlo tan carente de interés que luego decidió arrancar las páginas. Prosigue, por favor.
-“Han transcurrido aproximadamente seis años desde que diera traslado de mis emociones a estas cuartillas. Hoy ha arribado el nuevo farero. Ha sido difícil encontrar a alguien que quisiera permanecer en un faro enclavado en medio del mar, a muchos kilómetros de la costa. Es un joven gracioso, dice que algún día nos cambiarán tan poético nombre y nos llamarán algo así como expertos en señales. Estos jóvenes… ¡Quién sabe lo que nos deparará el futuro! En el mío inmediato está viajar a España, de donde me llegan noticias de que se prepara una expedición que partirá de La Coruña hacia América con un cargamento especial: 22 infantes “postulados”. En mi país siguen reticentes a la vacuna por creer, ¡maldita ignorancia!, que los que sigan el tratamiento terminarán adquiriendo rasgos de bóvido.
Se llamará, salvo que cambien de opinión, la Real Expedición Marítima Filantrópica de la Vacuna. Unos salvarán vidas y otros, como yo, trataremos de ayudar a los afectados por el mal a superar la angustia de no reconocerse a sí mismos. Espero que me dejen embarcar.
Llevo conmigo el relicario; bajo el brocado verde, sedoso y acariciador, están grabadas las palabras de Sophie: “Cuando tengas el valor de conocerte, subirás a la balandra y con las velas desplegadas irás en busca de tu destino. Sólo cuando la luz de la compasión ilumine tu semblante, te sentirás una estrella”.
*********
- Steven, Steven, mi soñador atormentado, es posible que la lectura del texto te haya dejado muchos por qué en el aire sobre el morador de estas vetustas piedras; pero nos tenemos que ir. Si te apetece, algún día podemos quedar en la Universidad y conjeturar sobre qué le deparó el futuro a Vincent. Aunque sólo sea un devenir intuido.
*********
Los alumnos están inquietos, ya huelen los días de asueto. A duras penas el profesor consigue que se concentren en escuchar la lectura del poema de Poe que ha elegido para hoy:
“Frente a la mar rugiente
que castiga esta rompiente
tengo en la palma apretada
granos de arena dorada.
¡Son pocos! Y en un momento Un sueño
se me escurren y yo siento
surgir en mí este lamento:
¡Oh Dios! ¿Por qué no puedo
retenerlos en mis dedos?
¡Oh Dios! ¡Si yo pudiera
salvar uno de la marea!”
- Mirad esta fotografía, ¿qué os parece?
- Una pesadilla.
- Una alfombra nacarada de esponjas coralinas.
- Un mar de espinas líquidas que batean furiosas las rocas de lo que parece el sombrerete de un faro.
- ¿Qué os trasmiten el poema y la imagen?
- Impotencia
- Ansiedad
- Zozobra.
- Como veis, todos sentimientos lacerantes. ¿Qué hacer cuando la angustia, sea cual sea su origen, nos atenaza?
- Unos polvos de la risa.
- Una birra bien fresquita, a la salud de Poe.
- ¿Alguna solución de efectos duraderos, por favor?
- Profesor Steven, ¿tal vez buscar la salida del oscuro paraje al que nos confina la creencia de que no hay más sufrimiento que el propio? ¿Tener el valor de renacer a un mundo donde todos los sonidos no son armónicos, ni todas las notas de la melodía son perfectas?
- Quizás. Cada uno debe buscar su propio camino hacia la perfección como ser humano; su retorno al paraíso. Podéis iros y seguir mi consejo, si os parece, ¡disfrutad del verano!
Steven regresa a su mesa. Cojea más que de costumbre; se está adaptando a su nueva pierna y eso le provoca inseguridad, pero logrará vencerla. Kathy le ayudará.
Murmura:
- Vincent salvó a Steven; a Vincent le redimieron los marineros, ¿no hubo nadie que librara a Poe de sus fantasmas? ¿nadie que tapizara sus trágicas vivencias con el velo sanador del olvido?
*********
Y el impávido cuervo osado aun sigue, sigue posado,
en el pálido busto de Palas que hay encima del portal;
y su mirada aguileña es la de un demonio que sueña,
cuya sombra el candil en el suelo proyecta fantasmal; y mi alma, de esa sombra que allí flota fantasmal, no se alzará... ¡nunca más!”

EDGAR ALLAN POE
********
A todos nos preñó alguna vez el aciago influjo de la luna negra.
Ver biografía del autor

No hay comentarios: